Aprendemos mientras vivimos. Pero no tenemos tiempo ni
posibilidades de vivir y de experimentar demasiado. Nunca vivimos lo
suficiente (aunque lo parezca)
Ni siquiera tenemos certeza de lo que concebimos como
demasiado. Ochenta o cien años son relativos. Siempre estamos
carentes de experiencias. Y puesto que las experiencias enseñan
cuando son aprovechadas, podríamos afirmar entonces que nunca
llegamos a saber lo suficiente. Pero nótese que hablo de
conocimiento personal. Un conocimiento que emana de nosotros mismos.
Que descubrimos mientras se vive, y que revela nuestro verdadero carácter, lo que somos y nuestras actitudes.
La vida se configura por elementos que dependen de
nuestro entorno. Cada momento de vida, si es analizado, aporta algo
positivo. Inclusive existe una relación dicotómica entre lo
positivo y negativo. En tal caso podemos decidir extraer todo lo
positivo o negativo que queramos; es de nuestra elección preferir
encontrar una enseñanza o dejar pasar sin pena ni gloria montones de
lecciones.
De tal manera que cualquier estado, digamos; “de
enfermedad, de desengaño, de ruptura, de frustración...”
cualquier estado de ese tipo, por lo regular, estados que calificamos
de “negativos” muestran una faceta de aprendizaje,
independientemente del sufrimiento que supone, pero que permite el
conocimiento de nosotros mismos y los demás. Todo esto me recuerda mucho aquel poema de Emily Dickinson que dice
El agua se aprende por la sed;
la tierra, por los océanos atravesados;
el éxtasis, por la agonía.
La paz se revela por las batallas;
el amor, por el recuerdo de los que se fueron;
los pájaros, por la nieve.
la tierra, por los océanos atravesados;
el éxtasis, por la agonía.
La paz se revela por las batallas;
el amor, por el recuerdo de los que se fueron;
los pájaros, por la nieve.
Pero todo sería en vano sin el impulso del análisis.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario