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lunes, 29 de octubre de 2018

¿Me está usted tomando el pelo?



¿Me está usted tomando el pelo?

Ya había visto muchas veces a aquel viejecito. Era un pobre viejecito andrajoso y flaco con una barba larguísima. Y siempre pasaba por la acera de la estación donde yo trabajaba, cargando un costal al hombro. Nunca habíamos cruzado palabra y nadie de por ahí cruzaba palabra con el. Supongo que tiene que ver con que la gente no suele tener buena opinión sobre los vagabundos y los borrachos. Tengo un conocido cristiano ortodoxo que asegura que los vagabundos y los borrachos son excrementos de la sociedad y que hasta los perros les muerden y orinan por ello. Bueno conozco mucha gente que no es necesariamente un vagabundo. ¿Excremento? quizás si, quizás no, y los perros les orinan. No se si será casualidad o cosas de la vida, no me detendré a indagar sobre el asunto. Pero regresando a lo del viejito. Muchos le veían tomar la vereda colina arriba, otros decían que vivía en la calle pero realmente nadie sabia con certeza de dónde había salido. 

Aquel Domingo en la noche, yo estaba escuchando el Orpheus de Stravinsky, y bebiendo una cerveza a la puerta de mi casa. Era una noche de esas calurosas con un aroma riquísimo y que hasta pesa irse a la cama. Había luna llena y bastaba perfectamente como para poder prescindir de cualquier otra iluminación. Mas sin embargo yo tenía encendida la luz delantera. Me entretenía en mirar hacia el sembrado de cebollas y mis perros estaban conmigo. De pronto comenzaron a ladrar y vi aproximarse una figura, se trataba de aquel viejito rijoso cargando su costal, parecía un poco fatigado e indefenso.

-¡Buena noche! -me dijo- siento haber asustado a tus perritos.
-Ellos están bien -contesté
Bajé un poco el volumen del estéreo con el control remoto. Noté que su costal estaba casi lleno. Lo descansó sobre el piso. Y dejó escapar el aliento. Los perros comenzaron a ladrar.

-¡Calma, calma!  es amigo... .y dirigiéndome al anciano añadí- Yo le he visto antes a usted...
-Yo también a ti. Trabajas en la estación de la avenida ¿verdad?
-Así es. ¿Qué recoge en su costal?
-De todo, especialmente papel y cartón. No deja mucho pero al fin de cuentas para que quiero mucho si no tengo en que gastarlo. ¿A quién podría dejarle tanto dinero?
-Me parece algo muy atinado -respondí-
Recordé que arriba en la habitación desocupada tenía un altero de revistas y periódicos que me estaba estorbando, así que le dije:
-Creo que tengo algo que darle. ¡Venga pase!
-No estoy seguro de si eso es buena idea.
-¿Qué? … ¡Oh claro! Ellos no le harán daño, se lo aseguro...
Abrió la verja, los perros se levantaron y comenzaron a olfatear circunspectos y desconfiados alrededor del desconocido.
- Son buenos animalitos...
-Espere aquí, puede sentarse, ¿Quiere una cerveza?...
El dudó...
-¡Esta fresca...! -añadí
-Bueno hoy es una noche particular, está bien -dijo
-Entonces regreso en un momento.
Le dejé con su cerveza y fui a buscar el altero de revistas. Eran pesadas y realmente dudé si podría con toda esa carga.
-¡Eso es muchísimo dinero! -dijo cuando miró el montón.
-Estaban aquí cuando me mudé. No son mías. Jamas me fumaría esto...
Entonces el comenzó a mirarlas. Te lo agradezco mucho, me gustaría darte algo a cambio.
-No por favor...
-¿Entonces puedo tomar otra cerveza?
-Claro.
Fui a la nevera y saqué dos. Dio un trago largo...
-¡Ahjjjj! Esta muy buena. Así fresquita... en otro tiempo yo fui buen bebedor de cerveza, hace mucho cuando estaba casado y tenia un hogar.
-¿Un hogar? -dije- ¿Quiere decir que ahora no lo tiene?
-Por supuesto que lo tengo, vivo muy cerca. Pero antes era un verdadero hogar ¡tu sabes!
-Una buena vida... -Apunté 
-Claro... y una mujer, un hijo, y un auto... y como tu dices, era una excelente vida.
-¿y qué pasó?
-Bueno, yo era profesor de filosofía en la universidad... puedes buscar mi nombre en los archivos del setenta y siete... si tu quieres... mi nombre es...
-No es necesario -Interrumpí- ¿Y qué sucedió?
El anciano me miró y agachó la cabeza.
Pensé que había sido demasiado indiscreto, le pedí disculpas, pero el siguió sin contestar.
-¿Tienes un cigarrillo?
-Lo siento no fumo. Pero tome otra cerveza...
-aún tengo, -dijo el viejito
Sacó una colilla de a medio fumar del bolsillo de su chaqueta y la encendió.
Los perros ladraron de nuevo.
-¡Calma, calma...!
-No les gusta el olor a tabaco.
-AJAMM...
No le importó el comentario. Y siguió mirando hacía el sembrado, como escudriñando mientras atacaba la colilla.
Los perros se hicieron un ovillo y se echaron de nuevo a mis pies. 
Y habló.
-Bueno, sucedió que una noche, me encontré con un hombre y me enseñó su secreto.
-¿Qué secreto? -dije
-Me enseño a volar.
-¿Quiere decir a pilotar una aeronave?
-No, a volar. Como las aves.
Casi suelto la carcajada.  Tuve que reprimir la risa una vez mas. Entornó sus párpados cuando dio otra calada al cigarrillo. Estaba compartiendo mi cerveza con un demente. Y entonces me quedó claro que su condición se debía a su locura.  Pero me comporté con mucha cortesía. Y pensé: ¡Finalmente es un loco inofensivo y hasta divertido!
-¿Ah volar? -dice.
-Como lo oyes. -Hubo un silencio-  Soltó una risa sarcástica y dijo: -Creo que tu también piensas que estoy loco.
Rasgó la colilla en su zapato y bebió cerveza.
-Es natural... -Añadió. 
Me limitaba a escuchar bebiendo de mi botella. 

-No es una historia muy larga. Todos pensaron que había enloquecido y mi mujer me internó en un manicomio. Me trataron con electrochoques al principio, agua fría, medicinas que me impedían pensar y luego me recluyeron...
-¿Y cómo salió?
-Volando , hijo, volando.
-¿Y su mujer, y...?
-Lo perdí todo muchacho, todo... pero no me importa. Familia, empleo, amigos, respeto... ¿Sabes porque?... la razón es que tengo lo que nadie puede comprar. Si quisiera podría ser inmensamente rico. 
Debo aceptar que los locos son geniales. Pero dije:
- Pues eso no puede ser cierto. No se ha sabido nada de que alguien se haya fugado de un manicomio volando. 
-¡Salí sin que me vieran! Después pensé que era mejor que todos creyeran que estaba loco si quería vivir libre... ¿Entiendes?
Resolví dejar de contradecirle al fin de cuentas estaba mas demente que una cabra... 
Levantó los hombros. Miró hacia la Luna.
-¡De verdad es una buena noche!
-Si que lo es -contesté
-¡Es lamentable!
-¿Qué es lamentable?
Ignoró esto último.
Estuvo unos instantes en actitud reflexiva, evocativa. Luego dijo:
-La mente es increíble. Solo basta con desearlo de verdad y volarás. No esperes lograrlo a la primera. Debes mentalizarte, todo consiste en mentalizarte.
-¿Telequinesis?
-No lo sé.
-¡Ah ya entiendo! Al fin me sentí como un estúpido. Su volar se refería a soltar la mente de sus ataduras. Ahora todo me parecía mas coherente. Aquel hombre me había estado hablando en metáforas. Entonces pensé que era un poco sinverguenza.  
Uno de mis perros se arrimó al desconocido, este le palmeo la testa.
-¡Mira, le gusto!
-Claro -dije.
-Bueno, es algo tarde, será mejor que me vaya, no me gusta importunar. Gracias por las cervezas, tu obsequio y tu charla. Piénsalo. Solo hace falta concentración.
-Si -dije- seguro. ¡Gracias por decírmelo!
- No me lo agradezcas.
-Bueno será mejor que me vaya.
Comenzó a juntar sus cosas. Le ayude a hacer un atado con las revistas.
-¿Podrá con todo eso?
-¿Ya me las arreglaré? -dijo él.
Regresé a mi silla de la entrada y destapé otra cerveza. Esa noche no iría a la cama. Bebería mas y mas cerveza. ¿Qué otra cosa puede hacer el solitario?
 El viejito se sujetó el costal al hombro con unos tirantes zurcidos y luego cargó el montón de revistas. Cuando terminó se irguió un poco y comenzó a ¡ELEVARSE! y a unos veinte metros se alejó deprisa ¡VOLANDO!
Arrojé el bote de cerveza y me levanté para ver en aquella dirección. Solo pude distinguir una forma negra pequeña  tras una luna muy grande y cercana.
Recogí la lata de la cerveza y me quedé examinándola muy preocupado.
Después ya no pude verle. Erguí mi cuerpo y cerré los ojos pero no paso nada. ¡Algo debió poner en mi cerveza! Pensé. Volví a intentarlo pero sin resultados. Nunca volví a verle.
Un perro aulló en algún sitio, por la lejanía. Y la Luna y la noche continuaban hermosas.
Y como dijo el viejito esto nadie lo creerá, y yo no pido que tu lo creas.


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