Estoy de pie en medio de la carretera con una mujer.
Lleva un vestido de percal, blanco y vaporoso y hace mucho calor.
Comienzo a sentir sofoco. Algo hay entre nosotros pero no estoy
seguro que sea atracción sexual. No hablamos. Miro al rededor y solo
veo los espejismos del desierto. Cierro los ojos y me limpio el sudor
con la manga de la camisa. Cuando los abro de nueva cuenta la mujer
ya no está a mi lado, le veo, pero muy lejos en el horizonte. Trato
de llegar hasta ella pero cuanto mas avanzo mas se aleja. Es inútil.
A cada zancada se aleja lo doble de distancia. Desisto y caigo de
rodillas frustrado. Antes de sentir el golpe despierto algo agitado.
Siempre es así. Es la cuarta ocasión que sueño lo mismo en el mes.
Ha sido un Verano muy pesado para mí, el divorcio, demasiada ira y
ansiedad e insomnio. Me cuesta mucho autocontrolarme, por eso vine
aquí. Pretendo dejar las pastillas.
Me hospedo una temporada en la propiedad de un lugareño
que aceptó alquilarme una habitación independiente de su casa. Es
bastante rústica, construida de madera y techo a una agua por estar
adosada al muro lateral de la casa principal. ¡Ya voy para un mes! El único inconveniente
es que hay que cagar en una letrina que hiede demencial, asqueroso.
¡Y la orilla del agujero es de madera de abeto!
Manolo tiene como cincuenta y tantos años, vive con su
esposa y dos hijas que están maravillosas, Paula y María de 23 y 27
años. Aveces las espío cuando se bañan. << Las dulces
corderitas acechadas por el lobo feroz>>
Son bastante tímidas, y de tener mas tiempo a solas
seguramente habríamos dado un paso mas, solo que su madre no les
quita el ojo de encima. Se nota que son todas unas hembras con una
actividad hormonal a punto de hacer saltar la tapa. Pero ahí las
mujeres deben ser sumisas. Paula desea vivir en la ciudad. Pude
escucharle el otro día.
Nuestra comunicación se limita a unas cuantas palabras
de negación o asentimiento y ha miradas furtivas y veloces.
Me concentro en volver a dormir pero no puedo. Consulto
el reloj. Es la una y cuarto de la mañana.
La hora perfecta para pescar Lobinas. Voy por la caña y
los anzuelos y salgo de la casa. A esa hora es cuando las lobinas que
durante el día huyen del calor se arriman a zonas poco profundas
para buscar alimento. Son como yo. Mas activas de noche.
Manolo y su familia están durmiendo. Me alejo de la
casa sin hacer ruido. El perro se despierta pero me conoce, mueve
el rabo, le llevo conmigo. Llego al lago. Me gusta pescar desde el
embarcadero pero es el sitio mas común y predilecto de los
principiantes. Un par de sujetos están pescando ahí con anzuelo y
caña, parecen dos campistas. Es muy común encontrarse por la noche
tipos pescando con tarraya. Aprovechan las tinieblas para hacerlo
furtivamente, cuando la vigilancia es casi nula. Elijo un buen sitio
de la orilla con el agua un poco mas arriba de las rodillas y lanzo
un señuelo Jig. El perro no se arrima al agua. Permanece olisqueando
los árboles y hurgando por ahí. Es un perro de una sangre muy noble
de padre coyote y madre perro, durísimo, serpientero, con una enorme
cicatriz en el cuero justo detrás de la base del cráneo. No tiene
nombre. Simplemente llegó un buen día y nunca se fue. Nunca nadie
le llama de una manera en especial. Es un animal un tanto extraño y
aveces solitario. Sus ojos brillan de manera singular en las noches
de Luna, como si una energía extraterrena, o el espíritu del
bosque estuviese arraigado en él. Una vez se marchó durante un mes
completo. Nadie le volvió a ver y todos pensaron que lo habían
destrozado los coyotes. Regresó a la quinta semana. Si lo pensamos
mejor quizás no tenga nombre por el simple hecho de que no hay
manera posible de nombrarle. Es simplemente “perro”.
Estuve intentando mas o menos por una hora. Saco el
anzuelo y veo que picó una. Es pequeña, subdesarrollada. La
desengancho del Sedal y la regreso al agua. Vuelvo a intentar. Al fin
pica una de unos dos kilos, bastante para mí. Extraigo una hoja de banano de mi morral
la envuelvo y la guardo dentro. La próxima es como de un kilo y
medio. Corro con suerte. Una media hora mas tarde Pica algo. Me da
trabajo. Es un animal no muy pequeño pero tampoco muy grande. Tengo
que ir mas al fondo por cuestión de comodidad. El agua me llega mas
arriba de las rodillas. Esta templada. Agradable. Pero mas tarde se
logrará poner un poco mas fría. No quiero ir mas allá, lo que
menos quiero en zambullirme por completo, me basta con el pantalón y
las botas para agua mojadas. ¡Que dura la vida del pescador! El
animal tira fuerte pero no demasiado, el sedal es muy resistente halo
con fuerza. Miro al fin un espécimen gordo. Mientras halo
paulatinamente voy retrocediendo a la orilla. El pez deja de luchar.
Cuando al fin lo tengo fuera sobre la orilla, el perro se arrima a
olisquear. Es una carpa de unos tres kilogramos mas o menos. ¡Una
pieza excelente! Me considero muy afortunado. La envuelvo también y
mientras lo hago miro que han comenzado a formarse nubes. Me reviso en busca de sanguijuelas. Se deja ver
un destello al otro lado del lago. Recojo mis cosas y emprendo el camino con el
perro. La casa solamente se encuentra a unos cuatrocientos metros
sobre un declive. Le obsequiaré los pescados a Manolo seguramente.
En la propiedad todo continúa en silencio. Doy algunas
vueltas. Aún no puedo conciliar el sueño. Leo “La Montaña
Mágica” de Thomas Mann a la luz de la bombilla. Avanzo unas dos
paginas sin poner atención. Escucho un trueno. Y me quedo mirando al
techo. Apago la bombilla. La luz de los relámpagos se vuelve mas
intensa. En cuanto mis ojos se habitúan a la oscuridad, los destellos
me obligan a cerrar los párpados. Poco después se suelta un
verdadero vendaval vientos fortísimos. Todo aquello parece siniestro,
desolado. La copa de los pinos se dobla. Yo vuelvo a la cama. Abro la
boca y trato de no pensar. Consulto el reloj. Las tres quince de la
mañana. Vuelvo a mi lecho... no pensar, no pensar... me concentré
en las figuras que se forman tras mis parpados. y al fin creo que debí quedarme dormido.
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