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lunes, 7 de enero de 2019

Gente especial


Creo que un aspecto ventajoso de trabajar en lo que yo hago es que tienes mucho tiempo para observar y hablar con la gente. Y a lo largo de todo este tiempo he conocido a una multitud de personajes del folclor Mexicano bastante abigarrada. Es divertidísimo porque en general son gente que funciona sola. Uno solo se limita a hacer preguntas para espolear un poco y escuchar todo lo que dicen, sin intervenir. Y cuando se van me parto de la risa.
Pero también he conocido mucha gente (casi siempre gente que no ha pisado una universidad) que tienen un conocimiento bastante bueno sobre el aspecto de la vida. No digo ya humildad, pues la humildad, para mi, es algo que no se consigue tan fácil. La humildad no es posible cultivarla, a consciencia, al menos, no. Es algo que tiene que ver con una carga espiritual bastante fuerte. ¡No he conocido una persona verdaderamente humilde en toda mi vida! pero no me refiero a una humildad fingida, si no una humildad pura al 100%, tan pura que, quién la posee, casi llegue al extremo de no darse cuenta de su propia humildad.
Don Poncho es uno los personajes mas interesantes que conozco. Con una vida intensa, que ha pasado por todo: felicidad, desgracia, tristeza, anhelos... ah sufrido, amado, desamado... etc. Y yo de a poco, y de una manera muy discreta; le saco todo el hilo de su historia.
Don Poncho es del Estado de Veracruz. Nació en una familia de escasos recursos, y emigró a los 17 años a ciudad de México, en busca de su hermano mayor. ¡Estamos hablando de 1950! aproximadamente. No llevaba nada planeado. Incluso llegó ha dormir sobre un banco en algún sitio de Coyoacán las primeras noches y hurgar en la basura de los restaurantes.
Estamos hablando que en 1950 ciudad de México era un monstruo de un crecimiento insospechable.
Pero el joven Poncho era Sagaz. Venía al mundo a desafiar cualquier dificultad. Al poco logró dar con la pista de su hermano. Descubrió que estaba trabajando de cargador en una tienda de muebles de Polanco. Su hermano lo recibió, lo llevó a su piso. Le preguntó por su madre, y sobre los que se habían quedado tan lejos. Y le ayudó en lo único que podía: Diez pesos y un metro de franela. De esa manera fue como logró acomodarse de lavaautos, en una gasolinera que estaba sobre la calle Newton, de la misma zona; Polanco.
De a poco comenzó a irle bien. Polanco es una Zona de clase media alta. Y es famosa porque muchas personalidades, entre actores, productores y guionistas de la temporada del cine de oro Mexicano tenían su residencia establecida ahí.
Conoció a muchas personalidades de la época: El periodista Jacobo Zabludovsky, Ignacio Lopez Tarso (según él) y entre otros mas, que en especifico no recuerdo. O que prefiero no mencionar.
De lavar autos pasó a despachador, con sueldo base, propinas y ha cubrir turnos distintos... con tareas de llenado de combustible, revisar niveles de aceite, presión de neumáticos y la venta de accesorios y herramientas. En aquella época se usaba que las gasolineras tenían una pequeña tiendita donde vendían tornillos, herramientas, cocacolas, agua... etc . Y fue ahí con el paso de los años donde conoció a Conchita la que sería la madre de sus hijos.
(Tendría ya unos veintitantos) Conchita Duarte trabajaba de sirvienta en una residencia de Polanco. Los “patrones” (una familia joven que tenía una tienda de mercería) se ausentaban por las tardes hasta las once o doce de la noche ocupados en sus cosas, ir de Cocktels, a cenar. O a cualquier cosa.. que se yo. Era cuando el joven Poncho se iba a donde Conchita Duarte a ponerle duro contra el muro; en cualquier sitio de la casa: el comedor, la cocina, la habitación de los patrones, etc, etc...
Así fue como concibieron a su primer retoño; una niña, le pusieron Estela, o algo así.
Se casaron. Cuando cumplió cerca de treinta años, Conchita Duarte falleció en el parto de su último hijo. Y lo dejó a seguir bregando solo en esta vida, con cinco hijos.
Pero jamas pudo sanar la herida que le dejó la partida de Conchita Duarte... estuvo con mas mujeres, pero nunca se volvió a casar. Conchita ha sido desde siempre el amor de su vida. Y el tiempo sucedió. Los hijos iban creciendo. Fue a vivir en una especie de vecindad, y una mujer bastante oficiosa y acomedida, sensible al sufrimiento de los demás, altruista (solo como los grandes espíritus) se ofreció a calentarle las sabanas por la noche. Pero el lugar de aquella mujer lo tomó luego de un tiempo, otra y otra y otra... sin que ninguna pudiera sustituir a su querida Concha.
Al fin. Dejó el empleo en la gasolinera y comenzó a trabajar de ayudante de albañil, para pasar después como chófer del propietario de una tienda de construcción que tenía un poderoso Plymouth con transmisión automática y ocho cilindros. Y puesto que Don Poncho sabía tanto de autos, tomó a su cargo el Plymouth.
De ahí fue de empleo, en empleo, de aventura en aventura... En 1985 “el día del terremoto” se encontraba trabajando con su hermano en una panadería cuando el Sismo se presentó y vio como un edificio se desplomaba frente a él dejando atrapadas a decenas de personas, cuyos cadáveres ayudó a recuperar mas tarde.
La vida de Don Poncho ha transcurrido entre Veracruz, Ciudad de México y Michoacán. Y aveces, no falta quién le pregunte: 
-¿Don Poncho, usted de donde es? 

-Yo no soy, ni de aquí, ni de allá. He dejado parte de mí en todos los sitios que he estado. Soy un hijo de la tierra.

Pero dejando a un lado a Don Poncho. Otro personaje bastante interesante es el de Sandra. Se trata de una adolescente de 17 años muy sexosa, iniciada a temprana edad en las artes amatorias. Es una gordita bastante risueña y divertida, madre de un par de Mellizos. Entiende y es capaz de aconsejar a cualquier mujer sobre el tema de mantener atado a un marido.
-¡La Clave está en los detalles! -dice.

También está un viejecillo “Don Pluto” comedor incansable de medicamentos. Va de puesto en puesto en busca de medicamentos y vitaminas. Se traga cualquier cosa que ve, con la única condición de que sea medicamento.
Cierto día veo que se detiene frente a un puesto donde vendían una bolsa de comida para gato, a granel.
-¿Son medicinas? -pregunta Don Pluto.
-Alimento para gato
-¿No vende medicinas?
-No
Y se marcha tan serio como llegó. Inmutable.
Hoy se detiene frente a otra mercancía y pregunta.
-¿Vendes vitaminas?
-No
-Eso de ahí ¿qué es? ¿Medicinas?
-No, es detergente para ropa.
-Necesito vitaminas.
Y se marcha imperturbable.
Y así, semana tras semana...

Pero no puedo dejar sin mencionar al tipo que llega siempre en una camioneta modelo 80 a la misma hora, puntual como un reloj suizo, deja el motor en marcha y le toca el claxon a su esposa, para que se de prisa. Lo hace hasta que la mujer sube atareada a la camioneta. No iría tan mal la cosa, de por si molesta, si es que el Claxon de la camioneta no fuera una simulación del grito de Tarzán. AAAAOOOOAAAA... AAAAAOOOOOAAAA...AAAAOOOOOAAAA... AAAAOOOOAAAA [..] y así hasta que la mujer sube.

También está, por supuesto, Lupita la del salón de belleza, que es toda una autentica viuda negra. Cierto día, me encontraba recargado en un muro, cuando veo que arriba un auto de policía. Se bajan dos agentes, y entran a la estética de Lupita. Acto seguido: Lupita firma un papel, los agentes se marchan, y la escena no se vuelve a repetir hasta dentro de una semana.
No esta demás mencionar, que Lupita es terriblemente atractiva, se viste con unos Jeans tan ajustados que uno puede pasarse las horas cavilando sobre como le haría para lograr entrar ahí, sin llegar a una conclusión definitiva.
Bueno, pues... Tanto mirar la misma escena semana tras semana, me llevó a indagar un poco. La razón es simplemente que Lupita trató de asesinar a su segundo marido, así es. Puso una dosis de matarratas en el zumo de naranja. Cuando el marido llega a tomar el desayuno, coincide con la niñita, el marido solícito, le da el jugo a la niña. ¡Total, el puede esperar! y la niña bebe un par de tragos. Cuando vuelve Lupita de la cocina, se queda atónita... suelta los platos y entra en Shock... fue una historia bastante sonada. Al final la niña se logró salvar. Lupita estuvo un tiempo en prisión. Y del primer marido solo se sabe lo que ella maneja:
-¡Se ha ido a los Estados unidos...!
Cierta día, se asoma por la ventana. Me mira ahí recargado y me dice:
-Oiga joven. ¿Será usted tan amable de ayudarme a cambiar un bombillo que no alcanzo?
Yo muy solicito. “Fue antes de que me enterara de la historia” Desde entonces sospecho que le soy simpático. No sé. Prefiero no descubrirlo.
Y así puedo pasarme refiriendo casos particulares de gente especial. Lo dejo para la próxima.


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