Catulo |
Siempre
he sido de la idea de que la causa de una falta de apreciación por
los poetas antiguos y de la literatura en general, tiene sus raíces
en una educación mediocre tirando a paupérrima. Recuerdo cuando era
niño, en la escuela primaria nos hacían recitar poemas de amor, y
aprenderlos de memoria para el día de las madres. ¡Siempre me
pareció horrible!
Y
de alguna manera se las arreglaban para que termináramos odiando a poetas y
poetisas tan magnificos como: Sor Juana Inés de la Cruz, o a
Gabriela Mistral, Antonio Machado... bueno ya no digo mas porque la
preparación de los profesores no daba para tanto (por fortuna), pero
también de alguna manera consiguieron que aborreciéramos a Homero,
por ejemplo... a Virgilio...
Cuando
me encontraba cursando la preparatoria, tenía un profesor de
literatura, fatal. Uno de esos tipos odiosos. Un hombrecito que usaba
sandalias con calcetines y que se tiran a dictar de una forma
compulsiva e imparable sobre literatura Egipcia, a lo largo de toda
una hora, aveces dos... yo aveces solía decirle: “Profesor, ¿y si
leemos algo...? ¿o escribimos algo...? ¡cualquier cosa que nos
librara del tedio mortal! Y el decía: “Si sería buena idea pero
tenemos que cubrir el programa porque no nos queda mucho tiempo”
Hasta
que una tarde de Verano (por que yo iba a los cursos Vespertinos) con
el calor sofocante del aula mal ventilada, no pude resistir mas, me
armé de valor; me levanté, recogí mis cosas y salí sin decir
palabra alguna en medio del dictado y nunca volví, ni a la clase, ni
a la escuela, lo mandé todo a la mierda: ¡Primera manifestación de una vida desordenada!
Ahora
la mayoría de aquellos compañeros que se quedaron sentados ahí, se
han casado, tienen hijos, son exitosos, y han encontrado una buena
posición... yo aún sigo bregando en una puta lanchita de pescadores
a la deriva en los océanos de la vida... ¡Sin comentarios!
¡Ahí
tenemos un buen factor para analizar! ¿Qué papel juega un profesor
en detrimento de la cultura?
Pero
si algo bueno saqué de todo eso, es que una vez libre, corrí con la fortuna de que al fin, y lleno de sorpresa pude reencontrarme
con todos esos gigantes de la literatura que han sobrevivido al
tiempo: ¡Por primera vez me deleité como un cerdo goloso con
Horacio, Catulo, Virgilio, Homero, Sofocles, Píndaro, Hesíodo...
todos esos dioses... y también con Sor Juana, y Gabriela...
Y
quiero dejar en claro que el motivo de esta entrada es compartir un
poco algo de esa fuerza y frescura que se ha mantenido en aquellos
antiguos.
Aquí
algunos poemas de Cayo
Valerio Catulo Verona,
87a.C.-Roma,
57a.C:
*
* * * *
Desdichado
Catulo, deja de cometer locuras y lo que ves perdido, dalo por
perdido. Brillaron un día radiantes soles para ti, cuando ibas y
venías a donde te llevaba la joven, amada por mí como ninguna otra
será amada. Cuando allí surgían aquellos numerosos juegos
amorosos, que tú querías y la joven no desdeñaba, brillaron, en
verdad, radiantes soles para ti. Ahora ella ya no los quiere. Tú, no
seas débil; <no los quieras> tampo. Ni persigas a quien huye,
ni vivas desdichado; resiste con obstinación, aguanta. Adiós,
joven, ya Catulo resiste. No te buscará, ni irá a rogarte en contra
de tu voluntad. Pero tú sufrirás, cuando nadie se dirija a ti.
Maldita, ¡ay de ti! ¡Qué vida te aguarda! ¿Quién se te va a
acercar ahora? ¿A quién le parecerás hermosa? ¿A quién vas a
amar ahora? ¿De quién se dirá que eres? ¿A quién vas a besar? ¿A
quién le morderás los labios? Pero tú, Catulo, aguanta sin ceder.
* * * * *
Veranio,
de todos mis amigos el preferido entre trescientos mil. ¿Has
regresado a casa junto a tus penates, tus hermanos bien avenidos y tu
anciana madre? Has regresado. ¡Oh feliz noticia para mí! Volveré a
verte sano y salvo y te oiré hablar de los lugares, de los
acontecimientos y de los pueblos de Iberia, como es costumbre tuya, y
abrazándome a tu cuello 10 besaré tu alegre boca y tus ojos. Oh, de
cuantos hombres felices existen, ¿quién hay más dichoso y feliz
que yo?
* * * * *
Varo,
mi amigo, desde el foro me ha llevado, ocioso, de visita a casa de su
amante, una putilla a quien, según entonces me pareció a primera
vista, realmente no le faltaba gracia y poseía cierta
sensibilidad. Cuando llegamos allí, nos surgieron variados temas de
conversación, entre ellos cómo estaba Bitinia ahora, en qué
situación se encontraba, y cuánto dinero había sacado yo en
limpio. Contesté lo que pasaba, que no había nada, ni para los
propios pretores, ni para el séquito de sus amigos, de forma que
nadie volvía con la cabeza más perfumada, sobre todo teniendo por
pretor a un maricón, a quien no le importaba nada su séquito. «Pero
al menos», me dicen, «lo que se asegura que tuvo su origen allí,
conseguiste hombres para tu litera». Yo, por hacerme pasar ante la
muchacha por el más afortunado, le dije: «no me fue tan mal porque,
pese a haberme tocado en suerte una provincia esquilmada, pude
conseguir ocho hombres hechos y derechos». En realidad, yo, ni
aquí ni allí, tenía a nadie sobre cuyos lomos pudiese transportar
la pata quebrada de un viejo camastro. Entonces, ella, como convenía
a una desvergonzada, me dijo: «Por favor, Catulo mío, préstame los
un rato, pues quiero que me lleven al templo de Sérapis». «Espera
—le contesté a la chica— en lo que hace poco dije que tenía, me
distraje: un compañero mío que se llama Gayo Cinna fue quien los
consiguió. Pero, suyos o míos, ¿qué más da? Los utilizo como si
hubiese sido yo el que los hubiese conseguido, pero tú no tienes
ninguna gracia y vives para molestar, pues contigo no es posible
tener una distracción».
No hay comentarios.:
Publicar un comentario