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viernes, 26 de abril de 2019

EN EL CAFÉ


Hacía ya tiempo que había entrado a una mala racha de la que no podía salir. La tarde
anterior había tenido una discusión con una vieja algo chusma y su marido.
Pero el problema esta en mi sentido del humor; es demasiado sardónico y burlista, y por eso
me mantengo al margen de algunos. Terminan molestándose y es lo que
había pasado la tarde anterior. No quiero entrar en detalles realmente. Pero tuvo que ver
con una figurilla del niño Jesús y una araña. Así como lo escuchan.
Pero tarde que temprano la tormenta pasa. A la mañana siguiente conocí a una chica que
me dejó flechado. El enano insolente que tiene alas, lleva un arco con flechas y anda
mostrando el culo, me clavó una flecha en el trasero.
Bueno. Para ser honesto no era la primera vez que la veía. Eran ya varios días los que se
pasaba por delante del café. Delgada, piernas largas, espalda hundida, con un par de
hoyuelos de venus, un talle exquisito. Tetas pequeñas. Tenía clase. No era una cualquiera. La verdad me ponía a full. Ya nos habíamos mirado pero eran miradas cargadas de un significado
subliminal.
Aquella mañana yo estaba sentado sobre un taburete del establecimiento mirando la
calle, descansando y bebiendo una cerveza cuando la chica llegó y se sentó a mi lado.
Ordenó un Americano y una rebanada de pastel. Era el momento. Le hablé. Ella
correspondió. Cruzamos solo unas cuantas palabras pero era un inicio. Cuando se
levantó para salir me sonrío y me dijo “hasta pronto”
Y eso sucedió cada tres días para dar tiempo de maduración. En este tipo de casos
siempre he detestado comportarme como un hostigador. Así que cada tercer día yo iba
por ahí. La chica aparecía, nos mirábamos, me sonreía, le sonreía, y de apoco
terminamos hablando un poco mas. Todo gradual. Como un juego. Siempre llegaba para
cuando yo estaba ahí, ordenaba lo mismo hasta que fui al grano. Fuimos a su casa.
Hicimos el amor, tuvimos mucho sexo y fue fenomenal. Las cosas parecían ir perfectas.
Me sentía otro. Seguimos viéndonos en su apartamento unas tres veces a la semana en
una especie de juego. Aveces ella tomaba la iniciativa y me buscaba, luego lo hacía yo y
era una relación por turnos. Fueron días exquisitos. Yo estaba pensando en proponerle
matrimonio. Incluso hasta estaba ya mirando algunos modelos de anillos de
compromiso. Me tenía con la cabeza desecha. No podía dejar de pensar en la boda
inminente. El altar, el imeneo. La chica perfecta de mi vida y todo eso. Se lo dije. Al día siguiente me encontré con una nota bajo mi puerta. ¡Así no puede ser! Decía. Solamente. Escueto. Nunca le volví a
ver. Al final, el tiempo logra sanar casi cualquier cosa. Desapareció. Repentina. Casi
como el primer día que la vi. Fugaz. Supongo que solo podrán comprenderme los que han sentido la verdadera soledad. Pero así suele ser la vida. Supongo. Aveces me
pregunto si los sueños pueden llegar a ser tan vividos que se confundan con la realidad.
No lo sé.

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