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sábado, 14 de noviembre de 2020

No nos acercamos a la verdad, si no en la medida que nos alejamos de la vida...

 “No nos acercamos a la verdad, si no en la medida que nos alejamos de la vida..."
Sócrates


Llegado a la tercer década de mi vida, entro en una fase de conflicto entre la soledad, la compañía, la amistad y la unión humana. La tecnología se ha desarrollado; dos grandes portales concentran a casi el total de los habitantes del planeta. Y una nueva forma de sociedad se hace presente. Se podría argumentar que el ser humano está mejor comunicado y mas próximo que en cualquier siglo. Mas sin embargo una incómoda individualidad impera, y el hombre niega a salir de su ostracismo. Lo percibo como personas por fin reunidas, pero sin saber que decirse, como quererse, como llegar a ser una unidad.
A primer etapa de mi vida adulta observo una dificultad mayor para establecer relaciones humanas. La mayoría de la gente unida en matrimonio conforman núcleos individuales y su vida transcurre entorno a la familia. Y todo apunta que el resto de la gente solo es mera interacción.
Aquella facilidad que caracterizaba a la juventud primera para establecer relaciones parece menguar, pero con la característica de que las relaciones establecidas a partir de edades maduras suelen presentarse mas honestas y sinceras aunque escasas, casi diría que nulas.
Algunos científicos describen la adultez temprana, como una etapa donde los mecanismos Biológicos de la reproducción se disparan y la gente hace lo que tienen que hacer; formar una familia y reproducir la especie, a manera de ley. Y es cuando la soledad les parece mas insoportable. Ese temor a la soledad es una coacción hacía donde la naturaleza llama y formar ese núcleo aún con toda la individualidad y lo absurdo que esto supone, con cariño o sin cariño. Un absurdo del que ni siquiera parecen sospechar, simplemente lo viven con todas las consecuencias.
¿Pero qué sucede con los que han podido ver el absurdo del fenómeno mismo?. El que ha llegado ha comprender que el amor no debe representar exclusividad, pero que las cosas no parecen funcionar de la manera que se se supone deben hacerlo.
El hecho de no ser parte de una unidad familiar, creada por mí, me da la posibilidad de observar con atención el fenómeno. Me parece una situación lamentable. Una mentira, una trampa malvada que alguien nos ha jugado. La idea de servirse del prójimo por mero interés personal me es abominable, y mas aún la individualidad que representa un núcleo familiar.  
De mas joven mis preocupaciones eran distintas.
La cuestión parece apuntar a que  no permanecemos inmutables en cuánto a nuestra visión de la vida, y se aprende mientras se vive. Pero ese aprendizaje solo puede ser fructífero si nos detenemos a observar cuidadosamente lo que sucede en nosotros y lo que percibimos a nuestro alrededor. Cada etapa de la vida nos muestra una faceta diferente, una enseñanza, nuestras opiniones se pueden modificar. Nuestra forma de percibir la existencia lo hacen en función a factores externos e internos.
Creo no tener apego alguno a la vida, pero tampoco prisa por morir. Me mantengo a la expectativa, solo para conocer las sorpresas y el proceso del cambio en el sentido de percibir la existencia como ser humano.
No es de extrañar que para la persona cuya crisis existencial se presente en etapas tempranas considere la posibilidad del suicidio como una manera de solución. Yo lo consideré en su tiempo, debo admitirlo. Trataba de encontrar un sentido al problema de mi existencia que ya se me presentaba, decidí posponerlo por una década, un lustro o por tiempo indefinido... lo que fuera... convencido de que siempre estaría ahí esa opción, la cual es una forma de solución rotunda pero con la desventaja de perderse el final de la fiesta  (aunque si lo sometemos a un análisis, es un asunto sin importancia pues luego de morir es lo mismo que no haber vivido. La nada). Descubrí, entonces, que se aprende mientras se vive, y el hecho de encontrar superflua toda actividad del ser humano, me ha dado un impulso para disfrutar el momento con las cosas que hago. Quiero decir, en otros términos:  que el convencimiento del absurdo de la vida, lleva a comprender que el único sentido de esta es vivirla lo mejor posible; sin apegos, sin deseos. Y creo que solo así es posible abrirse al verdadero amor y poder vivir simplemente, con la menor cantidad de desdichas.

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