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lunes, 2 de julio de 2018

Dieciséis minutos




Dieciséis minutos
 

Cierto día de un Noviembre fui a visitar a la abuela. No recuerdo cuando había sido la última vez que nos vimos. Había pasado mucho tiempo, y mas sin embargo las cosas no estaban muy cambiadas que digamos, excepto porque el jardinero había cortado el viejo Manzano que estaba al frente del asilo, y en su lugar habia plantado una valla de setos y un par de mandarinos .

Era bastante viejo —dijo la abuela— además estaba enfermo.
¿Qué era bastante viejo? —pregunté
El árbol, ¡mi dios!, el árbol... ¿donde tienes la cabeza, tú y tu generación me pregunto si tienen lo que se llama cerebro?
¿Qué se puede hacer? No se puede exigir sentido del humor a una anciana misántropa y
pesimista.
Excepto porque ahora usaba gafas, noté que no necesitaba bastón y su piel estaba muy conservada a pesar de sus Ochenta y siete años. Mucho mas de lo que cabe esperar a esa edad.
Caminamos hacia una banca desocupada bajo el amparo de un cerezo.
Sientate —dijo.
Yo me senté.
No puedo quedarme mucho tiempo —dije.
Yo no te pedí venir ¿Verdad?
No contesté. Luego de una pausa prudente pregunté
¿Y cómo te encuentras?
¿Cómo se puede estar a los ochenta y siete? enferma y abandonada.
Abuela no estas abandonada -dije
Lo estoy. Puedo estar acompañada y sentirme sola. ¿Nunca te ha pasado? aunque si me preguntan aveces lo prefiero... -hizo una pausa, luego continuó- Pues es cierto que aveces se echa de menos la familia pero en general... no tengo una mala vida aquí, no me quejo.
¿Qué hay en la capilla, veo luz?
Un muerto
¿Un muerto?
Don Arturo ... se cayó ayer en las regaderas y se dio en el cuello contra el borde del retrete... se partió las cervicales.
Hubo un silencio luego dijo
Nadie esta con él, no tenía familia.
Ah.
Yo iba a hablar pero ella me interrumpió y dijo.
Mejor no digas nada. —Así que hice lo que ella me mandaba. Luego continuó.
Me preguntabas como estoy yo. ¿Cómo se puede estar a los ochenta y siete años? ¿Ah? Los problemas de la edad y todo eso... fuera de ahí normal.
Hubo un silencio relativamente largo.
Siempre me ha gustado el canto de las aves -me dijo- Me estoy poniendo cursi quizás sea porque ya no duraré mucho. Puedo sentirlo. Y también se que tu no lo entiendes, talvez llegué el día en que lo hagas. Aunque no se si será lo mejor para tí.
Y yo era para ella un joven petulante y engreido.
No sabía que mas decir. Ambos entendiamos que entre los dos se había formado una especie de barrera. Pero aunque suene extraño, no me sentía incomodo. Así que tratando de encontrar conversación dije:
Me gusta este jardin. El cereso debe ser muy viejo también.
Ah —exclamó—si, supongo que lo es.
Y el pasto esta muy bien cuidado.
Lo riegan a diario.
Comencé a sentirme como un idiota. No debiste haber venido, pensé.
En eso se escuchó el tañido de una campanilla. Era el llamado para la merienda.
Estuvimos algunos segundos mas sin hablar, luego dije:
Bueno, creo que debo irme.
Creo que si —dijo la abuela— tenemos que ir al comedor. Me dió gusto verte.
También a mí —contesté.
Nos miramos unos segundos.

Hubo un tiempo en que fuimos los mejores amigos del mundo, pero supongo que así es la vida.
Dio media vuelta y fue caminando despacio hasta el interior de la casa. Yo estuve cinco minutos mas debajo del cerezo. Pocas veces tenía la oportunidad de admirar un ocaso como aquel. A esa hora cuando el sol adquiere un tono cobrizo.
Las aves volando despavoridas a su refugio, levantando una algarabía. Y eso día tras día lo repiten hasta que les llega el final. Comencé a sentir frio. Me levanté y me fuí de ahí. Aquella visita habia durado solo dieciséis minutos.
La abuela murió una semana despues.
La tarde del entierro fue identica a la de aquel día. Y solo duró algo alrededor de dieciséis minutos.

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