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domingo, 1 de julio de 2018

Don Benito (mi primer experiencia ante la muerte)



Don Benito
Debí tener seis o siete años, no recuerdo bien, pero entonces nunca había visto un muerto.
Solía preguntar sobre muertos a Rosy, pero nunca había visto ninguno. Ella había visto tantos que difícilmente llevaba la cuenta. Había tenido una experiencia demasiado estrecha con la muerte, empezando por su primer hijo muerto hacía mas de cuarenta años.
¿De que murió?
Se murió de un soplo en el corazón, decía mi abuela. Aún siento como si apenas hubiera acabado de suceder.
Eran muchas las horas que pasábamos hablando sobre muertos en las noches, a oscuras,
en la habitación, con la luz lunar proyectando sobre la pared del dormitorio. Aveces me pasaba a su cama, pero casi siempre hablábamos de cama a cama.
Por algún motivo particular no era tema que me asustara, no demasiado a diferencia de los chicos que conocía . Había pues escuchado mucho sobre muertos, que creí conocer la sensación de estar frente a uno.
Y como casi siempre sucede en la vida, las cosas suelen llegar espontaneas, cuando menos lo esperamos se hacen presentes por si solas.
Aquella fue la tarde de un Sábado. Me encontraba solo con Rosy, a punto de cerrar la tienda.
Ella ocupada en la hoja de balances con las gafas puestas. En medio de un silencio que se podía escuchar unicamente la manecilla del reloj colgado en el muro. Yo esperando
sentado arriba de un taburete. Lo que debía ser horriblemente aburrido para cualquier niño a mí me gustaba. El olor en aquel sitio era como tener los aromas de todos los árboles del mundo ahí mezclados.
En eso frente a la tienda se detiene una ambulancia y un camión de policía con las luces de la torreta encendidas. Bajaron un par de paramédicos; un hombre de traje con un cuaderno y uno de los dos policías. Poco tiempo después un paramédico volvió empujando una silla de ruedas con lo que figuraba ser una persona sacudiéndose suelta por el traqueteo de las ruedas. Estaba tapada con una Sabana muy blanca. Inmaculada, diría yo. Supe de quien se trataba. Pude reconocer las pantuflas a cuadros y los tobillos blancos. No lo podía creer.
La gente comenzó a juntarse. Mi abuela me dijo que esperara dentro y salió de la tienda.
Cuando volvió, noté que traía los ojos irritados y la voz un poco cortada, y dijo “Es don
Benito, hijo ¿te acuerdas de Don Benito? Se murió”
Recuerdo que exclamé con un ¡Oh, don Benito! Aunque ya sabía de quien se trataba. No dije nada mas. Pero a mí mente llegó la figura de don Benito pidiendo limosna , sentado en su silla de ruedas afuera de su casita. Aveces cuando pasaba solía regalarme algunos caramelos de limón y agitar mi pelo. Me preguntaba que quería ser cuando fuera grande.
-¡Quiere ser inventor Don Benito, inventor! -contestaba mi abuela-
-¡Ah! Inventor y movía sus manos como si ejecutara una especie de danza atornillando una pieza imaginaria.
Entonces yo decía,
-No. Quiero ser Abogado como mi padre.
Cuando nos íbamos quedaba tan solitario como siempre, escuchando su radiecito de pilas.
Viejas canciones de su época. Ahora pienso que era una música muy melancólica.
Nadie sabía en realidad quién era don Benito. Unos decían que no tenía hijos. Otros decían que habían muerto ahogados cuando eran unos niños al pretender cruzar el río Bravo y había pasado gran parte de su vida solo.
Los paramédicos ataron la silla con el cuerpo en el camión de policía y luego arrancaron. La última vez que lo vi, fue justo cuando torcieron a la avenida principal. Vi como se sacudía su cabeza y entonces me pareció mucho mas desamparado que cuando vivía. ¿A donde lo llevaban?
Siempre que pasaba frente a su casa miraba hacia ese punto, con la vaga ilusión
infantil de que lo miraría una vez mas.
-Dicen que fue un infarto -escuché una voz.

Aquella noche no hablamos de nada. Nadie de los dos tuvo ánimos de decir una palabra. No entendía que es lo que había que temer de los muertos.

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