¿Me
está usted tomando el pelo?
Ya había visto muchas veces a aquel viejecito. Era un pobre viejecito
andrajoso y flaco con una barba larguísima. Y siempre pasaba por la
acera de la estación donde yo trabajaba, cargando un costal al hombro. Nunca
habíamos cruzado palabra y nadie de por ahí cruzaba palabra con el.
Supongo que tiene que ver con que la gente no suele tener buena
opinión sobre los vagabundos y los borrachos. Tengo un conocido
cristiano ortodoxo que asegura que los vagabundos y los borrachos son
excrementos de la sociedad y que hasta los perros les muerden y
orinan por ello. Bueno conozco mucha gente que no es necesariamente
un vagabundo. ¿Excremento? quizás si, quizás no, y los perros les orinan. No se si será casualidad o
cosas de la vida, no me detendré a indagar sobre el asunto. Pero
regresando a lo del viejito. Muchos le veían tomar la vereda colina
arriba, otros decían que vivía en la calle pero realmente nadie
sabia con certeza de dónde había salido.
Aquel
Domingo en la noche, yo estaba escuchando el Orpheus de Stravinsky,
y bebiendo una cerveza a la puerta de mi casa. Era una noche de esas
calurosas con un aroma riquísimo y que hasta pesa irse a la cama. Había
luna llena y bastaba perfectamente como para poder prescindir de
cualquier otra iluminación. Mas sin embargo yo tenía encendida la
luz delantera. Me entretenía en mirar hacia el sembrado de cebollas y mis perros
estaban conmigo. De pronto comenzaron a ladrar y vi aproximarse una
figura, se trataba de aquel viejito rijoso cargando su costal,
parecía un poco fatigado e indefenso.
-¡Buena
noche! -me dijo- siento haber asustado a tus perritos.
-Ellos
están bien -contesté
Bajé
un poco el volumen del estéreo con el control remoto. Noté que su
costal estaba casi lleno. Lo descansó sobre el piso. Y dejó escapar el aliento. Los perros comenzaron
a ladrar.
-¡Calma,
calma! es amigo... .y dirigiéndome al anciano añadí- Yo le he visto antes a usted...
-Yo
también a ti. Trabajas en la estación de la avenida ¿verdad?
-Así
es. ¿Qué recoge en su costal?
-De
todo, especialmente papel y cartón. No deja mucho pero al fin de
cuentas para que quiero mucho si no tengo en que gastarlo. ¿A quién
podría dejarle tanto dinero?
-Me
parece algo muy atinado -respondí-
Recordé
que arriba en la habitación desocupada tenía un altero de revistas y
periódicos que me estaba estorbando, así que le dije:
-Creo
que tengo algo que darle. ¡Venga pase!
-No
estoy seguro de si eso es buena idea.
-¿Qué?
… ¡Oh claro! Ellos no le harán daño, se lo aseguro...
Abrió
la verja, los perros se levantaron y comenzaron a olfatear
circunspectos y desconfiados alrededor del desconocido.
- Son buenos animalitos...
-Espere
aquí, puede sentarse, ¿Quiere una cerveza?...
El
dudó...
-¡Esta
fresca...! -añadí
-Bueno
hoy es una noche particular, está bien -dijo
-Entonces
regreso en un momento.
Le
dejé con su cerveza y fui a buscar el altero de revistas. Eran
pesadas y realmente dudé si podría con toda esa carga.
-¡Eso
es muchísimo dinero! -dijo cuando miró el montón.
-Estaban
aquí cuando me mudé. No son mías. Jamas me fumaría esto...
Entonces
el comenzó a mirarlas. Te lo agradezco mucho, me gustaría darte
algo a cambio.
-No
por favor...
-¿Entonces
puedo tomar otra cerveza?
-Claro.
Fui
a la nevera y saqué dos. Dio un trago largo...
-¡Ahjjjj!
Esta muy buena. Así fresquita... en otro tiempo yo fui buen bebedor
de cerveza, hace mucho cuando estaba casado y tenia un hogar.
-¿Un
hogar? -dije- ¿Quiere decir que ahora no lo tiene?
-Por
supuesto que lo tengo, vivo muy cerca. Pero antes era un verdadero
hogar ¡tu sabes!
-Una
buena vida... -Apunté
-Claro...
y una mujer, un hijo, y un auto... y como tu dices, era una excelente
vida.
-¿y
qué pasó?
-Bueno,
yo era profesor de filosofía en la universidad... puedes buscar mi
nombre en los archivos del setenta y siete... si tu quieres... mi nombre es...
-No
es necesario -Interrumpí- ¿Y qué sucedió?
El anciano me miró y agachó la cabeza.
Pensé
que había sido demasiado indiscreto, le pedí disculpas, pero el
siguió sin contestar.
-¿Tienes
un cigarrillo?
-Lo
siento no fumo. Pero tome otra cerveza...
-aún
tengo, -dijo el viejito
Sacó
una colilla de a medio fumar del bolsillo de su chaqueta y la
encendió.
Los
perros ladraron de nuevo.
-¡Calma,
calma...!
-No
les gusta el olor a tabaco.
-AJAMM...
No le importó el comentario. Y siguió mirando hacía el sembrado, como escudriñando mientras atacaba la colilla.
Los perros se hicieron un ovillo y se echaron de nuevo a mis pies.
Y habló.
-Bueno,
sucedió que una noche, me encontré con un hombre y me enseñó su
secreto.
-¿Qué
secreto? -dije
-Me
enseño a volar.
-¿Quiere
decir a pilotar una aeronave?
-No,
a volar. Como las aves.
Casi
suelto la carcajada. Tuve que
reprimir la risa una vez mas. Entornó sus párpados cuando dio otra
calada al cigarrillo. Estaba compartiendo mi cerveza con un
demente. Y entonces me quedó claro que su condición se debía a su locura. Pero me comporté con mucha cortesía. Y pensé: ¡Finalmente es un loco inofensivo y hasta divertido!
-¿Ah
volar? -dice.
-Como
lo oyes. -Hubo un silencio- Soltó una risa sarcástica y dijo: -Creo que tu también piensas que estoy loco.
Rasgó
la colilla en su zapato y bebió cerveza.
-Es natural... -Añadió.
Me limitaba a escuchar bebiendo de mi botella.
-No es una historia muy larga. Todos
pensaron que había enloquecido y mi mujer me internó en un
manicomio. Me trataron con electrochoques al principio, agua fría, medicinas que
me impedían pensar y luego me recluyeron...
-¿Y
cómo salió?
-Volando
, hijo, volando.
-¿Y
su mujer, y...?
-Lo
perdí todo muchacho, todo... pero no me importa. Familia, empleo,
amigos, respeto... ¿Sabes porque?... la razón es que tengo lo que nadie puede
comprar. Si quisiera podría ser inmensamente rico.
Debo
aceptar que los locos son geniales. Pero dije:
- Pues eso no puede ser cierto. No se ha sabido nada de que alguien se haya fugado de un manicomio volando.
-¡Salí
sin que me vieran! Después pensé que era mejor que todos creyeran que
estaba loco si quería vivir libre... ¿Entiendes?
Resolví
dejar de contradecirle al fin de cuentas estaba mas demente que una
cabra...
Levantó
los hombros. Miró hacia la Luna.
-¡De
verdad es una buena noche!
-Si
que lo es -contesté
-¡Es
lamentable!
-¿Qué
es lamentable?
Ignoró
esto último.
Estuvo unos instantes en actitud reflexiva, evocativa. Luego dijo:
-La
mente es increíble. Solo basta con desearlo de verdad y volarás. No
esperes lograrlo a la primera. Debes mentalizarte, todo consiste en
mentalizarte.
-¿Telequinesis?
-No
lo sé.
-¡Ah
ya entiendo! Al fin me sentí como un estúpido. Su volar se refería a soltar la mente de sus ataduras. Ahora todo me parecía mas coherente. Aquel hombre me había estado hablando en metáforas. Entonces pensé que era un poco sinverguenza.
Uno
de mis perros se arrimó al desconocido, este le palmeo la testa.
-¡Mira,
le gusto!
-Claro
-dije.
-Bueno,
es algo tarde, será mejor que me vaya, no me gusta importunar.
Gracias por las cervezas, tu obsequio y tu charla. Piénsalo. Solo
hace falta concentración.
-Si
-dije- seguro. ¡Gracias por decírmelo!
-
No me lo agradezcas.
-Bueno
será mejor que me vaya.
Comenzó
a juntar sus cosas. Le ayude a hacer un atado con las revistas.
-¿Podrá
con todo eso?
-¿Ya
me las arreglaré? -dijo él.
Regresé
a mi silla de la entrada y destapé otra cerveza. Esa noche no iría a la cama. Bebería mas y mas cerveza. ¿Qué otra cosa puede hacer el solitario?
El viejito se
sujetó el costal al hombro con unos tirantes zurcidos y luego cargó
el montón de revistas. Cuando terminó se irguió un poco y comenzó a
¡ELEVARSE! y a unos veinte metros se alejó deprisa ¡VOLANDO!
Arrojé el bote de cerveza y me levanté para ver en aquella dirección. Solo
pude distinguir una forma negra pequeña tras una luna muy grande y
cercana.
Recogí la lata de la cerveza y me quedé examinándola
muy preocupado.
Después ya
no pude verle. Erguí mi cuerpo y cerré los ojos pero no
paso nada. ¡Algo debió poner en mi cerveza! Pensé. Volví a intentarlo pero sin resultados. Nunca volví a verle.
Un
perro aulló en algún sitio, por la lejanía. Y la Luna y la noche
continuaban hermosas.
Y
como dijo el viejito esto nadie lo creerá, y yo no pido que tu lo
creas.