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jueves, 2 de mayo de 2019

En el vientre de la bestia


Hay un tipo que te quiere dar por el culo a todas horas. No te deja. Te acosa. Te sale en los sitios mas solitarios. En los rincones apartados. Tu lo evades pero de alguna forma es como una sombra. Temes que llegue la noche y pueda arreglárselas para entrar y reventarte el culo mientras duermes; junto con sus compinches, todos esperando su turno. Así que no duermes y entras en un estado de paranoia. Tampoco te duchas por la misma razón. Y te sientes a punto de enloquecer. No hay posibilidad de que alguien te ayude. Todos cuidan sus espaldas. Por las noches piensas en tu vida. No eres un tipo para estar ahí. Si tan solo las cosas hubieran sido distintas. Si se pudiera regresar el tiempo. La situación te va arrinconando psicológica y físicamente hasta que tomas una decisión de tres posibles.
1.-Le entregas el culo y pasas a ser un objeto de su propiedad, hasta que otro le destrone y pases a ser de un nuevo dueño.
2.- Te suicidas
3.- Le matas.
Tanto la primera y la última te hacen parte del sistema carcelario. Te permiten definir tu Rol dentro de prisión. La única manera de ganar respeto entre una sociedad carcelaria es usando la violencia. Si un preso roba a otro preso cualquier bagatela, sabes que tienes que ir a por ese tipo aunque no te importe. Es tu deber. Y tratar de arreglártelas para hacerlo sin que seas investigado. Todos los presos saben que lo hiciste pero nadie dirá nada. Tu “státus” ha subido, en algunos casos. Pero la violencia engendra violencia. Y se termina entrando en el juego. Una cosa te lleva a otras y te abre otras opciones. Y de a poco miras caer tu humanidad, y tus valores. Pasas a ser una bestia. Los sentimientos ya no importan. La condena ha subido. Dejas de tener esperanzas. Te has convertido a fuerza en otro individuo.

Bueno esas son una de tantas situaciones que suelen vivirse en la cárcel. Uno apenas sabe de esas cosas lo que se ve en las películas o se cuenta por ahí de quienes han estado en esas situaciones.
He estado leyendo esa famosa correspondencia que el convicto Jack Henry Abbott mantuvo con el escritor estadounidense Norman Mailer y que por instancias de este, logró publicarse en forma de libro con el título de “En el vientre de la Bestia”
Abbott fue un criminal “autodidacta” que estuvo encarcelado desde que tenía unos doce o trece años. A los treinta y siete años y tan solo habiendo pasado unos cuantos meses en libertad fue liberado gracias a la intervención y ayuda de Norman Mailer, para volver a asesinar al poco tiempo a un camarero y regresar a prisión donde en el 2002 le encontraron muerto en su celda. Al parecer se había suicidado, aunque existieron otras sospechas.

En el vientre de la bestia” es un libro bastante incómodo por desgarrador e intenso. Es difícil leerle sin ponerse algo nerviosos o evitar que los ojos se humedezcan.
En el se describe al sistema carcelario estadounidense, el tipo de torturas a los que eran (o son) sometidos los presos y la dureza con que son tratados por los “yoguis” (los guardias carcelarios)
Fue un intercambio epistolar que sucedió cuando Abbott se enteró de que Mailer estaba escribiendo un libro llamado “La canción del verdugo” sobre Gary Gilmore, ejecutado en 1977 por el asesinato de dos personas en Utah.
En el prólogo del libro Mailer escribe:

Un escritor recibe varios centenares de cartas de extraños al año. En general, quieren algo: que uno lea su obra o escuche el relato de su vida para escribirlo. En cambio, aquella carta ofrecía una instructiva información. Abbott había leído una nota en un periódico según la cual yo estaba preparando un libro sobre Gary Gilmore y la violencia en Estados Unidos. Quería advertirme de que muy pocas personas saben gran cosa acerca de la violencia en las cárceles. Ninguno de los autores que había leído sobre el tema parecía tener la menor idea al respecto. Creía que los hombres encarcelados durante cinco años seguían sin saber poco menos que nada del asunto. Probablemente se necesitaba pasar una década detrás de los barrotes para que una percepción auténtica de la vida carcelaria calara en uno psicológica y físicamente. Abbott concluía que, si me interesaba, él creía poder aclarar ciertos aspectos de la vida de Gilmore en prisión.”
Aquí pongo un extracto del libro:

Los guardianes no te hablan. Eres ganado, sin la facultad de la razón. Una vez me indicaron la dirección de un lugar en el extremo de la jaula de ejercicios, y me empujaron para que fuera hasta allí porque los guardianes, en su desprecio, no reconocían que un prisionero pudiera comprender la razón.
En aquella época los guardianes prescribían por sí mismos inyecciones de drogas de fenotiaceno tan potentes como el proxilin… y todas estas drogas son peligrosas. No te matarán, pero con toda la certeza te dejarán incapacitado. La verdad es que te lobotomizan.
Me atacaban con tal constancia y arbitrariedad en mi celda, que al cabo de un tiempo mi deseo de alivio físico era tan fuerte y penetrante que cuando al fin cesaba el ataque de los guardias y abandonaban mi celda, a veces tenía una erección alentada por la desesperación y el dolor.
En aquellas condiciones tenía que masturbarme en busca de alivio, pero sin ninguna visión en la mente, la imaginación. El simple acto físico de acariciar el pene tras innumerables exposiciones a los ataques es suficiente. Es algo totalmente físico e involuntario.
Si fuera un hombre ordinario con malentendidos corrientes, fácilmente podría haber interpretado mal lo que sucedía en mi interior. Podría haberme equivocado hasta el punto de convertirme en un masoquista sexual, o un sádico. Podría haber confundido este acto de liberación con un acto sexual de amor. Podría haberme viciado con toda facilidad.
¿A cuántos prisioneros les ha ocurrido?
A los prisioneros se les inculcan actos de violencia constantes y detallados, concienzudos e implacables, de manera que se forme en ellos una especie de sospecha defensiva automática de todo el mundo. Esta sospecha ha sido llamada paranoica.
Surge más de la creencia adoctrinada que llegan a tener los prisioneros que de los agravios que les infligen. Casi conscientemente acaban por dirigir hacia sí mismos una violencia suicida, tanto mental como física.”

“…UN EX POLICÍA FUE destinado a la prisión. Había arrestado a alguien que conocí una vez. Era uno de esos clásicos cerdos belicosos. Supongo que andaría por los treinta y cinco años. Uno se le acercó en el patio y le dijo lo que sabía de él. El poli rogó que no lo divulgara, y el tipo accedió. Le propuso que se endeudara con algunos presos que yo conocía. Cuando al poli se le acabó el dinero para pagarles, el otro tipo se hizo cargo de la deuda. Eso significaba que había comprado al poli. Allí estaba él, con los ojos muy abiertos y cagado de miedo, cuando sucedió esto. Más tarde, el que le había comprarlo y varios de sus amigos estaban hablando conmigo en el pasillo, y el poli pasó por allí. El tipo al que le debía le llamó para que se acercara. Se limitó a mirarle y le dijo: «Acabo de vender tu deuda. No me debes nada. Le debes a este». Y le señaló a un hombre que le hizo recorrer toda la zona y aceptar cosas a crédito de una docena de presos. El poli se suicidó unos días después. Por alguna razón no pidió protección en la cárcel. Eso era lo que querían que hiciera. No habían querido matarle.
Aquel poli era un típico sucio puerco que hubiera podido pasar por un patrullero que recorre en un turismo la autopista de Georgia. En el exterior usaba la brutalidad para obtener información de la gente. Creo que tuvo su merecido. No es corriente ver a un ex-policía en una verdadera penitenciaría. Todavía me intriga el saber por qué destinaron allí a este. ¡Algún pez gordo debía haberse enfadado con él!”

Lo que en definitiva me impulso a leer este libro fue la figura de Abbott; como un hombre privado de las experiencias y sensaciones de la vida; y la que llegó a conocer por medio de los libros y los grandes filósofos. Una vida trágica marcada a fuego por el sufrimiento. 

En el prólogo Mailer dice:



En cierto punto de su correspondencia, Abbott se refiere a cómo consiguió su educación leyendo libros que su hermana obtenía de un librero amigo. Durante los cinco años y medio que pasó en la sección de máxima seguridad leyó, con una intensidad que se refleja en su propio estilo, a autores como Niels Bohr, Hertz, Hegel, Russell, Whitehead, Carnap y Quine. Entre todas sus lecturas, la de Marx fue fundamental. En Abbott hallamos el fenómeno de un delincuente juvenil, educado en reformatorios, que da muerte a cuchilladas a otro recluso, toma drogas cuando puede y lee libros en la sección de seguridad máxima durante cinco años, hasta que apenas puede tenerse en pie, y luego, al igual que Marx, trata de percibir el mundo con su mente y llega a tener una visión de conjunto de la sociedad. La audacia del delincuente juvenil se transforma en la osadía del intelectual autodidacta. Es difícil imaginar lo que debe ser vivir solo con semejante apetito y adquirir el plato fuerte de la cultura sin la sopa que lo acompaña. Abbott intenta comprender el mundo, lo domina mentalmente, pero durante toda su vida adulta solo ha pasado seis semanas en el exterior. Conoce la prisión como el barquero mitológico conoce el río que cruza para llegar al reino de los muertos. Pero Abbott solo conoce el mundo a través de los libros. Es el noble equivalente del degradado observador de Jerzy Kosinski, quien conoce el mundo a través de un receptor de televisión, ese Chauncey Gardner que tan magistralmente interpretó en el cine Peter Sellers. Sin embargo, Abbott ha engullido una comida prodigiosa. Ha desgarrado la carne de la cultura con sus dedos, ha quebrado los huesos con sus propios dientes. Y el resultado es que tiene una mentalidad como ninguna otra que he conocido, y que se expresa con idéntica claridad desde supuestos del sigloXIX como desde nuestro siglo...

Un libro fascinante...
¡Que lo disfruten!