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domingo, 22 de septiembre de 2019

Carácter



Le había estado viendo por varios meses. La última vez pensé que sería buena idea regalarle un libro. Fue uno de poemas de Oscar Wilde. Dedicado. No recuerdo lo que escribí, o quizás si pudiera pero no quiero recordarlo. Creo que es mejor así. Uno guarda recuerdos dolorosos aveces.
Bueno, llega un momento en que te has liberado de esa situación y son solo recuerdos. Por lo que a mí respecta me gusta recordar. Creo que no tiene nada de malo cuándo no te lastiman. Puedes mirarlos como instantáneas, sacarlos por las noches, estando en calma, relajados y mirarlos. Y si eres capaz de observarlos sin sentirte lastimado entonces esta bien.
Pero aquello me resultó una situación bastante dolorosa, y no exagero. Me puse muy mal y me lo tuve que tragar sin saliva. Quiero decir; quería comentarlo, sacarlo con alguien, que alguien me escuchara, pero al mismo tiempo no quería. Además ¿a quién carajos le podía importar?
Me costó mucho superarlo. Fueron días complicados en los que no paré de realizar autoanálisis. Pero creo que la culpa la tuve yo, quizás puse demasiadas expectativas en algo que no podía ser. ¿Me explico? tengo el defecto de ser extremista.
Aveces sucede.
Hace un par de semanas me topé aún con una carta que le escribí, estaba cerrada... eran algunos poemas que compuse para ella. La destruí. No quiero decir que ya no duela. Bueno, evito merodear por los lugares que ella frecuentaba; pero si creo que lo estoy llevando bastante bien. Voy tirando palante. En lo personal he comprendido que para mí es mejor así. Me siento convaleciente pero liberado.
Nunca antes me había sentido tan libre como ahora y es sensacional.
Aquella fue una experiencia muy fuerte que me aclaró muchas cosas de mi mismo respecto a la vida.

A mi me ha ayudado mucho, anotar todo lo que siento. Y en todo puedo ver momentos de mi vida y aveces esos pequeños poemas me muestran días de felicidad o días de desdicha. Ha sido como una catarsis. Yo puedo saberlo, yo al leerlos puedo evocar como me encontraba en esos momentos, o por lo que estaba pasando.
A pesar de todo creo que uno no es tan frágil como parece. No necesitamos de muchas cosas para vivir si nos ponemos a pensarlo. Creo que todo reside en el carácter, en vencer el miedo, no digo que simplemente nos arrojemos, para nada, todo debe ser de manera gradual y a nuestro ritmo. El punto importante es comprender que no debemos apegarnos a nada. Solo con carácter podemos resistir. 
Lo que si puedo asegurar es que si a este momento las cosas cambiaran respecto aquel asunto, yo seguiría de largo. 
¡CAPITULO TERMINADO! 

lunes, 16 de septiembre de 2019

El duque Huan y el carretero


Hallábase el duque Huan leyendo en el piso de arriba de su residencia, mientras debajo el carretero Bian labraba una rueda. Dejó éste el martillo y el escoplo, subió al piso de arriba y preguntó al duque Huan:
«Osaría preguntar al duque qué se dice en lo que está leyendo».
«Son dichos de hombres sabios» —respondió el duque.
«¿Viven aún esos hombres sabios?» —preguntó el carretero.
«¡Están todos muertos!» —exclamó el duque.
«Pues entonces, lo que lee el señor son los posos de los antiguos hombres».
«Cuando mi persona lee —dijo el duque Huan—, ¿cómo osa un carretero opinar a su antojo? Si eres capaz de darme razón de tus palabras, pase; que como no puedas, he de ordenar tu muerte».
«Vuestro siervo —dijo el carretero— ve las cosas desde la experiencia de su oficio. Cuando labra una rueda, si la hace holgada, entra suave pero no queda bien sujeta; y si estrecha, queda dura y no entra. Ni holguras ni estrecheces, sino lo que conviene a la mano y responde a la mente. La boca no puede declarar ese arte misterioso que hay entre los dos extremos. Vuestro siervo no ha podido comunicárselo a su hijo, ni el hijo de vuestro siervo aprenderlo de su padre. Por eso a los setenta años sigue vuestro siervo labrando ruedas. Cuanto los antiguos hombres no pudieron trasmitir ¡está tan muerto como ellos! De modo que lo que lee el señor son los posos de los antiguos».

Extracto Chuang Tsé
 
»En la época en que reinó la perfecta virtud, no se veneró a los sabios[48], ni se dio poder a los hombres de talento. Los de arriba eran como las ramas altas del árbol[49]; y el pueblo, libre como los ciervos del campo. Eran honestos, pero ignoraban lo que era la justicia; amábanse unos a otros, mas no sabían qué era la benevolencia; veraces, sin saber qué era la lealtad; hombres de palabra, ignoraban lo que era la confianza[50]. Teníanse con sencillez y se ayudaban mutuamente, mas no lo hacían por ejercitar la virtud. De ahí que sus actos no dejaran huella, y que sus hechos no se trasmitieran a la posteridad».


 

viernes, 13 de septiembre de 2019

De noche



Debía ser alrededor de la una o las dos de la mañana. No recuerdo. Lo que si sé es que fue después de que el bombillo del cuarto de baño se quemara. Es comprensible si pensamos que trato de vivir, en cuánto a lo posible; lo mas desatento del reloj. Antiguamente las sociedades no se ocupaban tanto del tiempo. Solo lo básico. Su antes y ahora y su después estaba marcado por el nacimiento, la procreación y la muerte. Todo iba así hasta que el humano se dio a la tarea de inventar los relojes para hacer esto un poco mas miserable y mantener mas controladas a las hordas. Natural. El azote de la humanidad es nuestro propio razonamiento. El pensamiento acarrea muchísimos problemas. ¿Cuando aprenderemos?
Pero aquella noche lo único que recuerdo es que tenía una pesadilla y hacía calor. Me levanté algo agitado y permanecí unos instantes en la cama. A menudo me sucede, inclusive tengo un cuaderno atiborrado de pesadillas. Era una noche muy silenciosa y podía distinguir perfectamente las cosas de la habitación. Como dije, era una noche muy pacifica, transparente, casi etérea, eléctrica, con una luna muy nítida como suelen ser las noches de Verano. Me levanté al baño a orinar, jalé la cadena, y, normalmente no lo hago pero esa noche lo hice, y eso es lo que cuenta. No sé explicar porqué, simplemente lo hice; supongo que quizás fue porque no pude resistir la tentación de ver todo tan cristalino; me asomé por la ventanita del cuarto de baño y entonces fue cuando la vi. Una especie de sombra que se movía furtivamente entre la hilera de autos estacionados, junto al parque, a la altura de los juegos infantiles. No se podía mirar desde ningún otro punto de la casa. Soplaba un leve vientecillo porque si se ponía atención lograba percibirse el chirrido de los columpios. Aguardé un instante mas o menos que consideré suficiente y la volví a ver. Era una mujer. Vestía un pijama holgado y se cubría con una especie de abrigo largo. No pude distinguir si calzaba pantuflas pero por su manera de andar debía traer zapatos deportivos. Cruzó el parquecillo infantil y fue hasta la altura de las jardineras de los narcisos, miró a ambos lados, dio un par de vueltas a la jardinera, luego se quitó la especie de abrigo y cayó de rodillas cerca de la jardinera. No podía distinguir bien pero parecía como si estuviese llorando, pues se cubría el rostro, no sé, estuvo así un momento preciso, en cierto instante parecía que rasgaba la tierra con sus manos, al fin se puso el abrigo nuevamente y regresó por el mismo camino hasta perderse por el lateral de los edificios. Esperé un poco mas, pero ha excepción de una luz de una ventana que se encendió unos segundos y se apagó casi de inmediato, y los ladridos de un perro a lo lejos, no sucedió nada mas. Hay tantas cosas que me gustaría entender pero como dije: aveces es mejor tratar de no pensar.

Deseo



Ella y él habían discutido. Entonces ella dijo que estaba harta y él manifestó que también estaba harto. De forma que ella dio media vuelta y la vio alejarse rumbo al embarcadero. Llevaba unos Jeans negros algo ajustados.
El volvió al apartamento, entró a la habitación y comenzó a preparar sus maletas.
Se lo merece” pensó. “Se merece que se sienta culpable” Cuando vuelva ella sabrá que esta vez será definitivo. Colocó la maleta sobre la cama y la llenó con su ropa.
Luego fue a la cocina y se sirvió una copa. Estaba de suerte había una botella de ginebra sin abrir. Encendió un cigarrillo mientras se bebía la copa con lentitud, a pequeños sorbos. Y pensó en su otra vida que podría llevar. Pensó en aquella anciana que había sido amiga de su madre y tenía una mueca tan alegre cuando murió y que a él de pequeño le daba asco. Aunque no comprendía porque tuvo ese recuerdo, realmente.
Esperó hasta las diez. Entonces fue a la cama. Le despertó el ruido de la puerta. El encendió la luz. Ni siquiera se molestó en mirar el reloj. La vio ahí de pie. Trató de recordar lo que iba a decir. Pero después de todo no tenía importancia lo que quisiese decir o lo que no.
-No te quería despertar
-No importa -contestó él.
-Supongo que quieres saber si...
-No -contestó él- no me importa.
Ella se quitó la ropa despacio y entró a la cama.
El apagó la luz nuevamente. Seguía sin ver el reloj.
¡El tiempo me tiene sin cuidado! Pensó.
Ella estaba vuelta hacía la ventana. No sabía si dormía. Estaba muy quieta. Y la noche era muy oscura. De pronto ella encendió la luz de su lado y dijo:
-Frank ¡Por dios! ¿Qué es lo que nos pasa?
El se incorporó. Se frotó la cara y dijo:
-Quién lo sabe, quién lo sabe, en realidad.
Y miró la maleta preparada en el rincón de la habitación. No sabía si ella la había visto pero ha decir verdad: ahora ni siquiera estaba seguro de nada.

Todo estará bien



Desde donde estaba podía mirar buena parte del paisaje. Los tejados de las casas antiguas de Verona, mas allá, del otro lado del Adigio, la torre de la plaza de la Madonna. Mas al Noroeste la torre de Lamberti. Era un día soleado. Una ave pasó planeando un poco mas arriba, el hombre pudo mirar la sombra proyectada sobre el tejado de las casas vecinas.
Llevaba desde antes del amanecer mirando por el balcón con las puertas abiertas, sentado en una silla, y comenzaba a entrar un frescor bastante agradable, sin viento, solo un frescor pero que anunciaba un día algo caluroso. Ahora eran las Diez. La ciudad estaba completamente despierta. Los bocinazos y los ronquidos de los autos. Los pregones de los repartidores de periódico, y de los vendedores de leche fresca a caballo que regresaban con los recipientes vacíos. El hombre aún vestía el traje con corbata desanudada del día anterior, fumaba y bebía de una botella de Ginebra.
Había una nota deslizada por debajo de la puerta desde hacía por lo menos una media hora. Desde que habían comenzado los llamados insistentes.
Luego como saliendo de aquel letargo, el hombre, restregó la colilla de su cigarrillo sin lograr apagarlo del todo, ignoró la nota del piso, se quitó el saco de su traje y extrajo un revolver de la cajonera. Había cuatro tiros en el tambor.
Todo estará bien” pensó. No dolerá.
Y todo sucedió muy deprisa.
Abajo los bocinazos y los ronquidos de los motores de los autos y la atmósfera saturada de olor a gasolina fresca.
Abajo los pasos de gente que va y vuelve de un sitio a otro.
Arriba la colilla del cigarrillo aún humeante y el vaso a medio beber.
Y mas allá la torre de la plaza Lamberti, y la de la Madonna y las aves y el cielo y la mañana soleada y fresca.