En julio de 1866 The
Atlantic Monthly publicaba en su portada “El caso de George
Dedlow” Dedlow fue un excombatiente de la guerra civil
estadounidense que se vio envuelto en un caso desesperante. El artículo
estaba escrito en primera persona. Para 1862 Dedlow narraba que se
había enlistado al décimo batallón de voluntarios de Indiana para
servir de cirujano ayudante, ya que para entonces había dejado los
estudios de medicina a mitad de carrera. Dedlow encontró una
magnifica oportunidad para adquirir habilidades valiéndose de las
circunstancias y la necesidad de cirujanos que el ejercito demandaba.
En cierto momento el
número de heridos aumentó de manera vertiginosa y el hospital entró
en crisis, aumentaron las demandas de quinina y las existentes
comenzaron a faltar.
Se corría el rumor de que
el bando enemigo disponía de ella.
Cierta noche, según
relata el artículo, Dedlow se infiltró tras las lineas enemigas
para tratar de proveer al hospital móvil de quinina , robarla quizás
al enemigo, o algo de corteza. No estoy seguro si en ese momento
Dedlow sabía muy bien lo que hacía. La quinina solía usarse por
sus propiedades antipiréticas, analgésicas, y antipalúdicas.
Una noche sin luna,
propicia, Dedlow partió con la encomienda de no regresar sin la
preciada quinina. Logró traspasar las líneas, adentrarse al
territorio enemigo y pasar desapercibido de manera furtiva entre
patrullas enemigas. Su preocupación para entonces era volver de una
pieza. No lo logró. Una patrulla le descubrió, hicieron fuego, los
proyectiles dieron en ambos brazos y el hombro, y perdió el
conocimiento. Fue rescatado. Su unidad le trasladó a un hospital de
Atlanta. Para entonces había vuelto en si. Sentía el traqueteo de
la carreta medica. Se encontraba en un estado de estupor, no sabía
bien que era lo que sucedía, solo podía ver el cielo negro de
aquella noche y sentir el brazo derecho que le punzaba a rabiar. Ardía como si lo tuviese sobre una hornilla. Curiosamente sentía
alivio si lo introducía en agua fría. Pero las molestias
persistieron durante semanas. El cirujano jefe le propuso amputar el
brazo y Dedlow aceptó sin ser aturdido a falta de Éter.
Luego de una licencia de
treinta días pidió reincorporarse a la unidad. Le mandaron de
vuelta a Tennessee. Pero la suerte de Dedlow era nefasta. Cierto día una unidad enemiga los recibió con una intensa
fuerza de metralla cerca del arroyo de Chickamauga. Hubo respuesta de
ambos bandos. Fue una lucha encarnizada, sangrienta y llena de odio
injustificado. Dedlow fue alcanzado en ambas piernas. Cuándo
despertó se encontró a salvo con los fémures hechos polvo. Los
cirujanos le examinaron. Se mantuvieron en silencio, departieron entre ellos, fue solo unos
instantes. Algunos minutos después regresaron con el instrumental
quirúrgico y bajo la sombra de un árbol, el cirujano aplicó un paño impregnado de cloroformo a la nariz del paciente y amputaron ambas piernas, luego cubrieron la carne y el
hueso vivo con un colgajo de piel.
Dedlow Sobrevivió a la
doble amputación. Volvió en si sientiendo calambres en ambas
pantorrillas. Llamó a un enfermero y le pidió que masajeara sus
pantorrillas. Desconcertado el enfermero dijo:
-¡Pero usted no tiene
piernas! ¿Qué pantorrillas?
Dedlow sentía ambas
piernas en su lugar. Inclusive la sensación era tan real que estaba
convencido de que realmente las piernas le obedecían a las ordenes
del cerebro. Tal hecho le preocupaba. Estaba a punto de perder la cabeza. Aveces creía estar viviendo una pesadilla, de la que desesperaba por despertar. No sabía exactamente en que plano se encontraba. Mientras tanto el brazo
izquierdo continuaba supurando pus y durante su estancia en el insalubre
pabellón de recuperación, contrajo gangrena y terminaron por
amputarlo, lo que le convirtió en algo mas que una larva “según él refirió”
En 1864 fue trasladado al
Hospital de Muñones. Los ordenanzas tenían que vestirle, limpiar
sus excreciones, alimentarle, rascarle-
Sin embargo continuaba
sintiendo la presencia “el espíritu de sus miembros perdidos”
por la noche trataba de alcanzar el orinal. Amodorrado creía bajar una
pierna de la cama, pisaba suelo e iba directo de bruces. Un sargento
mutilado que conoció en el mismo hospital le sugirió que debían
ser los fantasmas de sus miembros amputados. La prueba fehaciente de
la existencia del espíritu humano y trató de invocar sus miembros
mediante una sesión de espiritismo.
El artículo publicado por
el Atlantic Monthly, surtió
efecto entre la gente; donaciones, condolencias, palabras de aliento,
y todo tipo de ayuda no se dejó esperar a la
entrada del Hospital de Muñones.
Cierto
día el director del lugar se encontró con un grupo de gente bastante
numeroso que pedía poder ver a George Dedlow... Dedicarle unas palabras de aliento.
-¿Pero
de qué clase de mierda están hablando? -preguntó el director- aquí no hay, ni
ha habido nunca un George Dedlow... todo ha sido un cuento, una
historia ficticia de ese tipo Silas Weir Mitchell... y esos cabrones del Monthly...
¡Silas
el cirujano! Si... el cirujano y escritor. El tipo que acuñó el
término: “extremidades fantasmas”
Costó
trabajo convencer a las masas que todo aquello había sido un
cuento. Un cuento que reflejaba una realidad. Un fenómeno en el
comportamiento del cerebro, con el que silas contribuyó a la ciencia para estudios posteriores.
Sucede
simplemente que si se amputa un miembro del cuerpo el cerebro
continúa, detectando el miembro faltante y tratando de enviar
ordenes y señales en espera de ser correspondidas. El doctor silas
puso la primer piedra en tal campo de la neurología. Se dice que si a un hombre le amputan el pene, el sujeto podría continuar sintiendo estímulos. Silas
tuvo la capacidad de transmitir el dolor humano de los mutilados de
guerra mediante su escritura.Pero sus contribuciones no pararon ahí. Valdría la pena echar una mirada mas completa a la vida de este hombre.
Como
refiere una semblanza de su biografía:
“Silas escribió una
pieza de ficción que combina observaciones médicas precisas y muy
importantes con ficción de gran interés histórico”
Para
entonces Silas se desempeño como cirujano en un regimiento de
soldados durante la guerra civil. Sus tratamientos fueron empleados
en el caso de Virginia Woolf y trató algunos problemas de su amigo
Whalt Whitman. Sin duda una vida llena de anécdotas interesantes.
A su
vez, la gente se negaba a la resignación de la inexistencia del
pobre Dedlow
En su
momento Silas declaró:
-¡Todo
ha sido una historía! Dedlow nunca ha existido. Su nombre proviene
de un juego de palabras: Dead y Down... todo ha sido una ídea mía.
Silas Weir Mitchell
(1829-1914)