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domingo, 28 de junio de 2020

Inconsistencia de la vida futura



Es irrisorio, el tiempo avanza y te preparas para vivir. Un día descubres que ha pasado, y ¿dónde ha quedado la vida prometida? ¿Qué ha sucedido? Todo ha sido muy rápido, como recuperarse de un golpe brutal.
La verdadera ilusión es el movimiento, paradojicamente la negación a la vida,
de prepararse para un futuro idealizado, inconsistente y mágico por efecto de birlibirloque.
De ahí que la vida, si se puede definir, necesariamente, tendría que ser en el pasado.
No hay vida mas allá del presente que es pasado. Es un flujo continuo (si se desea) se vive y se vivió, es un
acto que sucede solo en el pasado, porque el presente ya es pasado en lo que acordamos como un instante de tiempo.
Acto además voluble, inconsistente, cambiante, absurdo, injustificable al otro acto mental de la concepción de un estilo de vida futuro.
Zenón construyó un conjunto de paradojas para demostrar la ilusión del movimiento. Un engaño a los sentidos. Para la vida no existe ese futuro.
Lo cierto es que el reloj devora segundos, hecho del que conviene estar convencidos entre mas jóvenes mejor.



sábado, 27 de junio de 2020

A junta do motor (Sarámago transcripción)

La junta de Motor se trata de un artículo públicado por el escritor José Saramago (1922-2010) en su blog (Ahora libro) "El Cuaderno" Me ha gustado por razones especiales (trabajo de mecánico) la dejo aquí para futuras lecturas.
Al final del artículo pongo la fuente.

A JUNTA DO MOTOR (Por José Saramago)

Hace más de sesenta años que debería saber conducir un automóvil. Conocía bien, en aquellos remotos tiempos, el funcionamiento de tan generosas máquinas de trabajo y de paseo, desmontaba y montaba motores, limpiaba carburadores, afinaba válvulas, investigaba diferenciales y cajas de cambio, instalaba pastillas de frenos, remendaba cámaras de aire pinchadas, en fin, bajo la precaria protección de un mono azul que me defendía lo mejor que podía de las manchas de aceite, efectué con razonable eficiencia casi todas las operaciones por las que tiene que pasar un automóvil o un camión a partir del momento en que entra en un taller para recuperar la salud, tanto la mecánica como la eléctrica. Solo me faltaba sentarme tras un volante para recibir del instructor las lecciones prácticas que culminarían en el examen y en el soñado aprobado que me permitiría ingresar en la orden social cada vez más numerosa de los automovilistas con carnet. Sin embargo ese día maravilloso nunca llegó. No son sólo los traumas infantiles los que condicionan e influyen en la edad adulta, también los que se sufren en la adolescencia pueden tener consecuencias desastrosas y, como en el presente caso sucedió, determinar de manera radicalmente negativa la futura relación del traumatizado con algo tan cotidiano y banal como es un vehículo automóvil. Tengo sólidas razones para creer que soy el deplorable resultado de uno de esos traumas. Es más: por muy paradójica que la afirmación le parezca a quien de las íntimas conexiones entre las causas y los efectos simplemente tenga ideas elementales, si en mis verdes años no hubiese trabajado como mecánico en un taller de automóviles, hoy, probablemente, sabría conducir un coche, sería un orgulloso transportador en lugar de un humilde transportado.
Además de las operaciones que he citado antes, y como parte obligatoria de algunas de ellas, también substituía las juntas de los motores, esas finas placas forradas de hoja de cobre sin las que sería imposible evitar las fugas de la mezcla gaseosa de combustible y aire entre la cabeza del motor y el bloque de los cilindros. (Si el lenguaje que estoy usando le parece ridículamente arcaico a los entendidos en automóviles modernos, más gobernados por computadores que por la cabeza de quien los conduce, la culpa no es mía: hablo de lo que conocí, no de lo que desconozco, y suerte que no me ponga a describir la estructura de las ruedas de los carros de bueyes y la manera de uncir estos animales al yugo. Es materia igualmente arcaica en la que también tuve alguna competencia). Pues bien, un día, después de haber acabado el trabajo y colocado la junta en su sitio, después de haber apretado con la fuerza de mis diecinueve años las tuercas que sujetaban la cabeza del motor al bloque, me dispuse a realizar la última fase de la operación, es decir, llenar de agua el radiador. Desenrosqué pues el tapón y comencé a verter por la boca del radiador el agua con que había llenado la vieja regadera que para ese y otros efectos teníamos en el taller. Un radiador es un depósito, tiene una capacidad limitada y no acepta ni un mililitro más que la cantidad de agua que quepa. Agua que se siga echando es agua que transborda. No obstante, algo extraño estaba pasando con ese radiador, el agua entraba, entraba, y por más agua que se le metiese no la veía subir danzando hasta la boca, que sería la señal de que estaba acabada la operación. El agua que ya vertida por aquella insaciable garganta habría bastado para satisfacer dos o tres radiadores de camión, y era como si nada. A veces pienso que, sesenta y muchos años pasados, todavía hoy estaría intentando llenar aquel tonel de las Danaides si de pronto no hubiera notado un ruido de agua cayendo, como si dentro del taller hubiese una pequeña cascada. Fui a ver. Por el tubo de escape del coche salía un abultado chorro de agua que, poco a poco, ante mis ojos estupefactos, fue disminuyendo de caudal hasta quedar reducido a unas últimas y melancólicas gotas. ¿Qué había pasado? Colocaría mal la junta, cerraría algo entre la cabeza del motor y el bloque que debería haber abierto, y, mucho más grave, facilitaría pasos y comunicaciones donde no debería haberlas. Nunca llegué a saber que vueltas tuvo que dar la pobre agua para salir por el tubo de escape. Ni quiero que me lo digan ahora. Para vergüenza ya tuve suficiente. Es posible que fuera en ese día cuando comenzara a pensar en hacerme escritor. Es un oficio en el que somos al mismo tiempo motor, agua, volante, cambios de marcha y tubo de escape. Tal vez, al final, el trauma haya valido a pena.

Fuente
 https://cuaderno.josesaramago.org/59584.html



sábado, 13 de junio de 2020

Thor Heyerdahl y la expedición de la Kon-Tiki




Durante una travesía o situación de supervivencia, los problemas del mundo civilizado dejan de brillar por su importancia para dejar paso al "Instante" y vivir el día a día.
Tal situación acontece con el viajero que debe resolver problemas inmediatos.
Viajar algo a la "aventura" es una manera de aprender para el sujeto de vida sedentaria y bolsillo nutrido, que los problemas son más imaginarios que reales.
Y en una de esas puede resultar terapéutico.



Estoy leyendo "La expedición de la Kon-Tiki de Thor Heyerdahl (1914-2002) El Noruego aventurero, estudioso, geógrafo, etnógrafo y botánico... En 1947 se lanzó a la mar en una balsa construida por troncos de un árbol llamado "balsa" en compañía de un loro, cinco hombres y amigos, en total seis incluyendo a él: Heyerdahl, Knut Haugland, Bengt Danielsson, Erick Hesselberg, Torstein Raaby y Herman Watzinger... 



Pretendía demostrar a los incrédulos su teoría de que la Polinesia, había estado habitada por personas autóctonas de sur América, procedentes del territorio del Perú.
Teoría que solo se fundamentaba en restos arqueológicos, plantas, y rasgos físicos de los habitantes de aquellas islas.



Como decía mas arriba, la balsa fue una copia idéntica a la usada por los antiguos pobladores, basada en las ilustraciones dejadas por los conquistadores Españoles; construida con una especie de árbol del mismo nombre, cuya madera posee propiedades de flotación e impermeabilidad adecuadas para su larga estadía en agua. Fue cargada con hiervas de distinta especie, frutos y agua en abundancia, aunque en sus escritos registrados en el libro maneja que ni un solo día de la travesía, les faltaron peces sobre cubierta y agua procedente de la lluvia.

Para mí es un libro de aventuras con mucha cantidad de exotismo. Me gusta. Será cosa mía; en algunas partes me sabe a un poco de Hemingway, con una combinación de William Hope Hodgson en otras.
Lagartijas del tamaño de un caimán, hormigas gigantescas.
Pulpos enormes de ojos fosforescentes y malignos, serpientes de las profundidades que visitan por la noche, cangrejos porfiados, peces voladores, delfines, caza de tiburones, ballenas y cachalotes. Peces dorado que mutan de color al momento de morir. Una huerta a bordo. Amistades singulares. 
Lo suficiente para pasarla bien. Atardeceres fascinantes, aguas de azul turquí.
Ahí está para quién disfrute con este tipo de literatura.

"Algunas veces salíamos también en el botecillo de goma para vernos de noche. Se levantaban por todas partes olas negras como montañas de carbón y una centelleante miríada de estrellas tropicales arrancaba un desmayado reflejo del plancton en el agua. El mundo era simple: estrellas en la obscuridad. Que fuera el año 1947 antes o después de Cristo, pronto careció de significado alguno. Vivíamos y nos sentíamos vivir con vigilante intensidad. Nos dábamos cuenta de que para los hombres anteriores a la época de la técnica, la vida había sido también plena e intensa; en realidad, más llena y más rica en muchos aspectos que la vida del hombre moderno. En cierta forma, el tiempo y la evolución habían cesado de existir; todo lo que hoy era real e importante, lo había sido antes y seguiría siéndolo después."