Creo
que un aspecto ventajoso de trabajar en lo que yo hago es que tienes
mucho tiempo para observar y hablar con la gente. Y a lo largo de
todo este tiempo he conocido a una multitud de personajes del folclor
Mexicano bastante abigarrada. Es divertidísimo porque en general son gente que funciona
sola. Uno solo se limita a hacer preguntas para espolear un poco y
escuchar todo lo que dicen, sin intervenir. Y cuando se van me parto
de la risa.
Pero
también he conocido mucha gente (casi siempre gente que no ha pisado
una universidad) que tienen un conocimiento bastante bueno sobre el
aspecto de la vida. No digo ya humildad, pues la humildad, para mi,
es algo que no se consigue tan fácil. La humildad no es posible
cultivarla, a consciencia, al menos, no. Es algo que tiene que ver
con una carga espiritual bastante fuerte. ¡No he conocido una
persona verdaderamente humilde en toda mi vida! pero no me refiero a
una humildad fingida, si no una humildad pura al 100%, tan pura que,
quién la posee, casi llegue al extremo de no darse cuenta de su
propia humildad.
Don
Poncho es uno los personajes mas interesantes que conozco. Con una
vida intensa, que ha pasado por todo: felicidad, desgracia, tristeza,
anhelos... ah sufrido, amado, desamado... etc. Y yo de a poco, y de
una manera muy discreta; le saco todo el hilo de su historia.
Don
Poncho es del Estado de Veracruz. Nació en una familia de escasos
recursos, y emigró a los 17 años a ciudad de México, en busca de
su hermano mayor. ¡Estamos hablando de 1950! aproximadamente. No
llevaba nada planeado. Incluso llegó ha dormir sobre un banco en
algún sitio de Coyoacán las primeras noches y hurgar en la basura
de los restaurantes.
Estamos
hablando que en 1950 ciudad de México era un monstruo de un
crecimiento insospechable.
Pero
el joven Poncho era Sagaz. Venía al mundo a desafiar cualquier
dificultad. Al poco logró dar con la pista de su hermano. Descubrió
que estaba trabajando de cargador en una tienda de muebles de
Polanco. Su hermano lo recibió, lo llevó a su piso. Le preguntó
por su madre, y sobre los que se habían quedado tan lejos. Y le
ayudó en lo único que podía: Diez pesos y un metro de franela. De
esa manera fue como logró acomodarse de lavaautos, en una
gasolinera que estaba sobre la calle Newton, de la misma zona;
Polanco.
De
a poco comenzó a irle bien. Polanco es una Zona de clase media alta.
Y es famosa porque muchas personalidades, entre actores, productores
y guionistas de la temporada del cine de oro Mexicano tenían su
residencia establecida ahí.
Conoció
a muchas personalidades de la época: El periodista Jacobo
Zabludovsky, Ignacio Lopez Tarso (según él) y entre otros mas, que
en especifico no recuerdo. O que prefiero no mencionar.
De
lavar autos pasó a despachador, con sueldo base, propinas y ha
cubrir turnos distintos... con tareas de llenado de combustible,
revisar niveles de aceite, presión de neumáticos y la venta de
accesorios y herramientas. En aquella época se usaba que las
gasolineras tenían una pequeña tiendita donde vendían tornillos,
herramientas, cocacolas, agua... etc . Y fue ahí con el paso
de los años donde conoció a Conchita la que sería la madre de sus
hijos.
(Tendría
ya unos veintitantos) Conchita Duarte trabajaba de sirvienta en una
residencia de Polanco. Los “patrones” (una familia joven que
tenía una tienda de mercería) se ausentaban por las tardes hasta
las once o doce de la noche ocupados en sus cosas, ir de Cocktels, a
cenar. O a cualquier cosa.. que se yo. Era cuando el joven Poncho se
iba a donde Conchita Duarte a ponerle duro contra el muro; en
cualquier sitio de la casa: el comedor, la cocina, la habitación de
los patrones, etc, etc...
Así
fue como concibieron a su primer retoño; una niña, le pusieron
Estela, o algo así.
Se
casaron. Cuando cumplió cerca de treinta años, Conchita Duarte
falleció en el parto de su último hijo. Y lo dejó a seguir
bregando solo en esta vida, con cinco hijos.
Pero
jamas pudo sanar la herida que le dejó la partida de Conchita
Duarte... estuvo con mas mujeres, pero nunca se volvió a casar.
Conchita ha sido desde siempre el amor de su vida. Y el tiempo
sucedió. Los hijos iban creciendo. Fue a vivir en una especie de
vecindad, y una mujer bastante oficiosa y acomedida, sensible al
sufrimiento de los demás, altruista (solo como los grandes
espíritus) se ofreció a calentarle las sabanas por la noche. Pero
el lugar de aquella mujer lo tomó luego de un tiempo, otra y otra y
otra... sin que ninguna pudiera sustituir a su querida Concha.
Al
fin. Dejó el empleo en la gasolinera y comenzó a trabajar de
ayudante de albañil, para pasar después como chófer del
propietario de una tienda de construcción que tenía un poderoso
Plymouth con transmisión automática y ocho cilindros. Y puesto que
Don Poncho sabía tanto de autos, tomó a su cargo el Plymouth.
De
ahí fue de empleo, en empleo, de aventura en aventura... En 1985 “el
día del terremoto” se encontraba trabajando con su hermano en una
panadería cuando el Sismo se presentó y vio como un edificio se
desplomaba frente a él dejando atrapadas a decenas de personas,
cuyos cadáveres ayudó a recuperar mas tarde.
La vida de Don Poncho ha transcurrido entre Veracruz, Ciudad de México y Michoacán. Y aveces, no falta quién le pregunte:
-¿Don Poncho, usted de donde es?
-Yo no soy, ni de aquí, ni de allá. He dejado parte de mí en todos los sitios que he estado. Soy un hijo de la tierra.
Pero
dejando a un lado a Don Poncho. Otro personaje bastante interesante
es el de Sandra. Se trata de una adolescente de 17 años muy sexosa, iniciada a temprana edad en las artes amatorias. Es una
gordita bastante risueña y divertida, madre de un par de Mellizos.
Entiende y es capaz de aconsejar a cualquier mujer sobre el tema de
mantener atado a un marido.
-¡La
Clave está en los detalles! -dice.
También
está un viejecillo “Don Pluto” comedor incansable de
medicamentos. Va de puesto en puesto en busca de medicamentos y
vitaminas. Se traga cualquier cosa que ve, con la única condición
de que sea medicamento.
Cierto
día veo que se detiene frente a un puesto donde vendían una bolsa
de comida para gato, a granel.
-¿Son
medicinas? -pregunta Don Pluto.
-Alimento
para gato
-¿No
vende medicinas?
-No
Y
se marcha tan serio como llegó. Inmutable.
Hoy
se detiene frente a otra mercancía y pregunta.
-¿Vendes
vitaminas?
-No
-Eso
de ahí ¿qué es? ¿Medicinas?
-No,
es detergente para ropa.
-Necesito
vitaminas.
Y
se marcha imperturbable.
Y
así, semana tras semana...
Pero
no puedo dejar sin mencionar al tipo que llega siempre en una
camioneta modelo 80 a la misma hora, puntual como un reloj suizo,
deja el motor en marcha y le toca el claxon a su esposa, para que se
de prisa. Lo hace hasta que la mujer sube atareada a la camioneta. No
iría tan mal la cosa, de por si molesta, si es que el Claxon de la
camioneta no fuera una simulación del grito de Tarzán.
AAAAOOOOAAAA... AAAAAOOOOOAAAA...AAAAOOOOOAAAA... AAAAOOOOAAAA [..] y
así hasta que la mujer sube.
También
está, por supuesto, Lupita la del salón de belleza, que es toda una
autentica viuda negra. Cierto día, me encontraba recargado en un
muro, cuando veo que arriba un auto de policía. Se bajan dos
agentes, y entran a la estética de Lupita. Acto seguido: Lupita
firma un papel, los agentes se marchan, y la escena no se vuelve a
repetir hasta dentro de una semana.
No
esta demás mencionar, que Lupita es terriblemente atractiva, se
viste con unos Jeans tan ajustados que uno puede pasarse las horas
cavilando sobre como le haría para lograr entrar ahí, sin llegar a
una conclusión definitiva.
Bueno,
pues... Tanto mirar la misma escena semana tras semana, me llevó a
indagar un poco. La razón es simplemente que Lupita trató de
asesinar a su segundo marido, así es. Puso una dosis de matarratas
en el zumo de naranja. Cuando el marido llega a tomar el desayuno,
coincide con la niñita, el marido solícito, le da el jugo a la
niña. ¡Total, el puede esperar! y la niña bebe un par de tragos.
Cuando vuelve Lupita de la cocina, se queda atónita... suelta los
platos y entra en Shock... fue una historia bastante sonada. Al final
la niña se logró salvar. Lupita estuvo un tiempo en prisión. Y del
primer marido solo se sabe lo que ella maneja:
-¡Se
ha ido a los Estados unidos...!
Cierta
día, se asoma por la ventana. Me mira ahí recargado y me dice:
-Oiga
joven. ¿Será usted tan amable de ayudarme a cambiar un bombillo que
no alcanzo?
Yo
muy solicito. “Fue antes de que me enterara de la historia” Desde
entonces sospecho que le soy simpático. No sé. Prefiero no
descubrirlo.
Y
así puedo pasarme refiriendo casos particulares de gente especial.
Lo dejo para la próxima.